Algunos de los libros de Álvaro Mutis, con los de Bioy Casares, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, el Gabo, Rafael Chirbes, Manuel Chaves Nogales, Stefan Zweig, George Steiner, Jorge Luis Borges, Antonio Machado, Miguel Hernández, Vargas Llosa y… están sobre la rinconera que forma parte del tálamo donde me adormezco entre las brumas de innumerables espectros.
En un tiempo no tan lejano, salimos del mar Caribe para ir al reencuentro del Mediterráneo. Acudimos a restañar viejas heridas y pisar esasaguas donde Hércules levantó sus columnas, y escritores como Kavafis, Lawrence Durrell, Joyce, Paul Bowles o Mahfuz, tañeron sonidos de caracolas y desnudaron sus propios espectros.
El mar de las civilizaciones, la filosofía y el trigo, casi sin mareas – solamente cuando el viento de Levante se desmelena, retiemblan las costas - estaba igual, en calma, y envuelto en un azul oscuro intenso.
Sobre esos alientos salados vinieron a sus playas civilizaciones envueltas en cántaros de miel, poesía épica, melodías para las columnas de Cartago y de Creta, mientras los trovadores de Capri, en la bahía napolitana, sembraban de azafrán los campos de Trípoli y Alejandría.
Tiempo atrás solíamos venir a estas orillas. Éramos jóvenes, soñábamos, y tocábamos la luz para hacer luciérnagas. Media esperanza se entretejió entre las ramas de sus pinares negros.
Una tarde, antes de nuestra partida para ir a “hacer las Américas” y comenzar una nueva singladura que aún no ha encontrado sosiego, abrimos un hueco en la arena y enterramos el libro “Amirbar”. Estaba roído del uso y en cada página guardamos una pasión desatada. Estaba seguro de que ella – la mar – comprendería las palabras del Gaviero y jamás me olvidaría:
“Ni siquiera el océano ha logrado restituirme esa vocación de soñador despierto que agoté en Amirbar a cambio de nada”.
Un atardecer en Isla Margarita sobre unas aguas del Caribe adormecidas, ElGaviero y yo nos introdujimos en el mar, y allí seguimos al encuentro de Abdul Bashur, el idealista de navíos.
En cierta fecha, durante un coloquio en Bogotá, Mutis expresó: “El siglo que me hubiera gustado vivir es el XVIII, con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir... Esta época de ahora es exactamente la época en la que no hubiera querido vivir jamás, y me duele que la vivan mis hijos, y me da mucho coraje por mis nietos”.
Ahora, cuando Mutis se encuentra platicando de soledades y olvidos con su amigo García Márquez - los dos en el umbral del más allá - nos damos cuenta de que el Mediterráneo que ahora miramos en la playa de Malvarrosa en la Valencia del Cid, no es únicamente una idea en nosotros, sino una insondable vivencia sobre la propia carne, y este mismo instante, al sentirlo plenamente, llena todo nuestro ser de dulzura.
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