La historia de los hebreos en esa franja de tierra entre el Mediterráneo y las cumbres del Golán, no es de ayer. Comenzó hace 4.000 años con el patriarca Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob. En todo ese tiempo, el pueblo de la Biblia padeció el dominio romano, bizantino, árabe, cristiano, mameluco, otomano, británico, y en el propio siglo XX los crematorios de los nazis alemanes.
Privada de recursos naturales, Israel se transformó en la nación actual, cuyos proyectos en los campos de la ciencia, industria y tecnología han mejorado la calidad de vida de buena parte de la humanidad. Una nación pobre en sus orígenes, que supera hoy a varias naciones europeas y asiáticas en PIB per cápita.
Tres veces, a lo largo de los últimos años, hemos caminado entre las estrechas callejuelas de su ciudad antigua, Jerusalén, en la que se extiende el camino del Calvario, los restos del Segundo Templo, la Cúpula de la Roca, el tercer lugar más sagrado del Islam, asumiendo la sensación de que el futuro y su progreso ha sido alcanzado, mientra se desmenuza el alma colmada de creencias y mitos inmemoriales.
En la urbe de David, atravesando el barrio griego al cristiano, cruzando la Ciudadela y penetrando bajo los toldos de los vendedores armenios de baratijas, y dejando a la izquierda el Muro de las Lamentaciones, encontramos la primera Madraza abierta a la zona musulmana. Cerca, en una de esas calles, la fe de Jesús el galileo que el viajero lleva en la parihuela de su creencia cristina inmemorial, rezó ante las estaciones punzantes sobre el reflejo de la tragedia de Cristo.
No es excepcional que el síndrome de esa ciudad, tan igual a la luz y el aire, sea el soplo de una pasión levantada sobre millones de almas a través de los siglos.
Todo comenzó a partir del día en que David lanza una piedra a la cabeza de Goliat, lo derriba, es nombrado rey, y así empieza el relato más apasionante jamás contado, esparciendo a la vez sufrimientos, destierros, el reposo sobre una faja de tierra hebraica, y el comienzo de una esperanza mística, llamada la Nueva Israel.
Esta heredad cumple 70 años de su tiempo actual, sobre una inconmensurable creencia en el Jehová de sus antepasados, que ha demostrado no olvidar a su pueblo.
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