Hace unos días salimos de la ciudad de Valencia al Gijón de nuestra infancia. Acudimos a visitar el hipogeo donde reposa madre. Algo nos decía que necesitábamos ese encuentro.
Remontamos el cementerio de tantas evocaciones y, desde lo alto, vimos corretear nuestra infancia.
Allí estaba la calle Eulalia Álvarez de la niñez. Viviendas oprimidas de una sola planta, en el que los anhelos primerizos y las noches de sopor carnal, se compartían.
Al llegar me acordé a Chaparrita, la muchacha que en senda de amores, nunca supe si iba o venía. La vida para ella, más que una ilusión, o un canto mañanero, fue un golpe seco, como si el filo de una navaja la fuera cortando.
Al presente, en el tornasol del recuerdo, visto a la luz tenue de la calle de Eulalia Álvarez, largo intervalo en que se apoyó nuestra infancia distante, recordé a la mensajera que el poeta de Palos de Moguer, Juan Ramón Jiménez, hiciera tan suya:
“Todas las frutas eran de su cuerpo, / las flores todas, de su alma.
En su espacio apasionado, el corazón le latía con ardor ante jovencitas en flor. Lesbos había plantado una arboleda en su aliento, y las raíces la fueron absorbiendo con furor.
La existencia, en aquella arteria estrecha de barrio, habría sido distinta sin ella. Chaparrita nos enseñó a los mozuelos de entonces, el difícil camino de la supervivencia que ya comenzaba abrirse ante nuestros ojos.
En el único bar de la calle pregunté por ella. Alguien dijo con un soplo de nostalgia:
- Una mañana se hizo brisa y se tornó mariposa. Ahora debe estar por los mares del Sur, lugar en que los arrecifes de sus costas recogen a todo náufrago del corazón.
El céfiro del mar Cantábrico de nuestra infancia nos ayudó a moldearnos, mientras ella, supo llevar con la dignidad de una princesa, la mueca doliente y la fruta de los manzanos floridos
Si alguien supo de ahogos, ha sido ella, y sobre un almohadón de diosa, al despuntar de un día, se convirtió en madre/niña sobre las remembranzas de nuestra lejana menoría.
Chaparrita fue la enamorada de Safo, y hoy es santa, virgen y mártir.