De la obra del hombre de Aracataca, uno, sentimentalmente, se aprieta con “El amor en los tiempos del cólera”, un viaje iniciático por el Río Magdalena que le recordaría sus primeros pasos en los diarios de Bucaramanga con sus croniquillas de andar y ver.
Sobre esas aguas, Gabito subió y bajó infinidad de veces. El primer recorrido lo hizo en 1943, y en su biografía “Vivir para contarlo”, revive esos desplazamientos tras haber recalado su literatura en el amarradero de la nostalgia.
En esas páginas de pasiones y cólera, el protagonista, Florentino - esperó 50 años para recuperar a la mujer que amaba - una vez conseguida, acepta sin temor la infección intestinal que le causó el agua del Magdalena, mientras asume con fogosidad el deseo pasional tanto tiempo esperado.
En los folios de García Márquez, la figura de Úrsula Iguarán en “Cien años de soledad”, es arrebato, ya que con una sola mirada se posesiona de semblantes, almas y piedras. Mientras en Fermina Daza, aún por encima del cólera, se humaniza de forma portentosa; tanto, que uno siente los suspiros enfermizos de ese romance construido de permanentes rechazos, separaciones y reencuentros durante días y años por encima de todas las dificultades.
Márquez tuvo querencia por el río Magdalena desde su juventud, y solía contar que los viajes de su época juvenil eran sorprendentes, afirmando que los capitanes de esos buques fluviales “eran autócratas, aunque de buen trato”.
“Los tripulantes - refiere - se llamaban marineros por extensión, como si fueran del mar. Pero en las cantinas y burdeles de Barranquilla, a donde llegaban revueltos los lobos del mar, los distinguieron con un alias inconfundible: “vaporinos.”
Hoy el Magdalena es un hilillo en muchas partes de su recorrido. Los ribereños ya no beben su agua ni comen su pescado. “Sólo reciben – como dicen las señoras - caca pura”.
Hace años que autor de estas dos cuartillas no ha vuelto al norte de Colombia. Solíamos ir sobre el Magdalena desde el Puerto Salgar en Caldas, hacia Barrancabermeja en Antioquia. Sucedió en la época en que Venezuela y Colombia se unían en sólidos lazos de querencia. Un día llegó la peste a Caracas ceñida a la revolución chavista y aquellas amistades se convirtieron en angustia desgarrada. Y ahí sigue.
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