Vuelven los pájaros pintados

En  “El pájaro pintado”,  Jerzy Kosinski afirmaba  que los padres siempre están persuadidos de que lo mejor para asegurar la supervivencia de un hijo durante los horrores de una conflagración, es alejarlos de ella, enviarlos al abrigo de una aldea lejana, perdida en la inmensidad de cualquier parte. 

Cuando eso sucede, muchas de esas criaturas, por una causa u otra, se suelen perder por los vericuetos de un peregrinar inexorable entre  los campos minados del sufrimiento. 

Posiblemente  se tendría que encerrar a los críos de la misma forma que a los papagayos o los ruiseñores: en jaulas. Eso lo suelen hacer en el norte profundo de China, Ruanda o Uganda. 

En Eritrea, Hungría, Turquía central,  en los pueblecitos escarpados y miserables de la zona de Basilicata hacia el Golfo de Tarento y por las desnudas sierras de Calabria, puñados de niños mendicantes, como se hacía en la baja Edad Media, salen cada verano igual a sueltos gorriones, hacia  las playas cercanas, a pedir limosnas. 

En  su largo peregrinar huyen de las guerras actuales en  diversos rincones del planeta, la mayoría en África, Oriente Medio y ahora en Ucrania. 

Las organizaciones de ayuda temen que muchos de esos diminutos seres hayan caído en las garras tráfico de personas  o hacia los   abusos libidinosos.  

Desde el primer instante, antes de comenzar a vivir, ya emprenden sus albores afligidos a germinar entre plagas de ortigas y tierras de sequeral.

Cada inocente es una tragedia, una voz que despedaza las entrañas, las estruja y, al final, a todos nosotros somos cómplices pasivos.  

En las metrópolis,  una vez llega ese colectivo de los empobrecidos seres, salen, igual a piaras, hacia  las travesías y plazas  a requerir limosnas, siendo la estampa del padecimiento cuando el cuerpo pueril magullado se abre  en canal.   

 Innumerables de ellos están tullidos, quebrados sus huesos, y representan un retablo de la pudrición humana. Se les deja confinados en esas condiciones de conmiseración con la obligación de obtener dádivas a cuenta de sus bárbaras deformaciones.  

La otra desolada maldición, es que no nos fijamos en ese drama de hoy, cuyo  terrible viento sopla la sufrida Ucrania. 

 

rnaranco@hotmail.com



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