Subiendo hacia la gruta de Matromania adyacente al monte Tiberio en Isla de Capri, cuya roca surgió antes que los dioses hubieran descansado en el Golfo de Nápoles, el hombre misántropo en que nos hemos convertido observa la calina de Sorrento, el pueblecito de Positano y, tras unas empinadas revueltas, Ravello, el refugio de uno de los magnos cónsules de la Sodoma moderna, Gore Vidal – los otros, Tennesse Williams, André Gide, Jean Genet, Wiliam Burroughs y John Giorno -, siendo en estos promontorios en los que Curzio Malaparte rasgueó sus crónicas de la peste: “Kaputt”, “La piel” y “Madre marchita” que él la había titulado “Madre podrida”.
En el libro hay hallamos esta expresión: “El ombligo de los hombres de mañana será una mancha verdosa, el punto de conjunción entre la carne viva y la carne muerta del cadáver materno”.
Al final de las páginas se impone el texto “Sexo y libertad” que las mesnadas de homosexuales en esa época acusaron de tétrica insolencia.
He venido andando entre un sendero de limoneros, vides, lentiscos, mirto, robles, mantos de de florecillas y pinos mediterráneos, hasta la Cartuja de San Giacomo con un libro para leer cuando el viento revuelto comenzara aplacase.
De regreso, y siguiendo los cánones de la antigua Apragopolis, remontamos hacia Marina Grande teniendo como guardiana “La Piazzeta” o Plaza de Umberto I en Capri ciudad.
Uno exhortaría a quien visita la isla con la pasión del curioso observador, la visita a los jardines de Augusto a poca distancia de la Cartuja de San Giacomo; el camino – obligado – de la vía Krupp, una portentosa escalera escarbada en la roca; la vía de Tragara al atardecer cuando la luz es más sugestiva; los farallones, esplendorosos, teniendo a lo lejos las costas sorrentinas; la “Cueva Azul”, los baños de Tiberio y, – el cronista escribe para sí mismo – la vivienda de Curzio Malaparte de cuyo nombre es “Casa Come Me” (Casa como uno). En ella Curzio pasó largas temporadas enardecidas acompañado de fieles perros con los que dialogaba a voces.
De regreso, y si el visitante se halla animado, subida a Villa San Miguel hogar de Axel Munthe y en la que el autor sueco, médico, filántropo, pasó buena parte de su vida y allí surgió “Historia de San Michele”. Hay en una de las galerías la escultura un Hermes que descansa, y él, un dios Olimpo, personifica el símbolo mundano de la isla: el perenne viaje hacia la propia substancia de cada uno mismo.
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