La gnosis filosofal de los taumaturgos a lo largo de la historia, no ha sido trasmutar piedras en oro, sino alargar la existencia humana. Hay textos y huellas secretas en los escritos de Paracelso y otros iluminados, asentando hacia una perpetuidad más allá del reloj biológico.
En “Excalibur”, el tratado que vuelve perturbado a quien lo lee, hay unas páginas que desvelan la fórmula de durar mil años. Igualmente en el conocido “Libro de Toth” y, a causa de ello, señalaban los esotéricos, son manuscritos prohibidos y condenados al fuego.
No obstante, la ciencia actual no es brujería, nigromancia, espiritismo ni vudú, sino realidad palpable y demostrable.
Sobre un bloque de piedra en uno de los antiguos sepulcros egipcios, se lee: “El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”.
Esos pedruscos nos acercan a la perpetuidad, y aún así, es un espacio efímero, perecedero, un soplo de brisa entre abrojos de bejucos, ya que la realidad es nacer y morir de la misma forma que la luz y las sombras se entretejen en un círculo que igualmente tendrá su efímero final.
Ya se habla entre los concederos del tema, científicos, que la raza humana podrá llegar a vivir 150 años. Algunos calculan la permanencia del ser humano en medio milenio cara a los albores del siglo XXV. Tal vez no sea así al existir - lo desconocemos – un código en el Universo que todo lo nacido fenece, desde una molécula a las vastas extensiones de galaxias con su energía oscura.
En una conferencia sobre la longevidad, el profesor de medicina Michael Fossel, de la Universidad norteamericana de Michigan, enunció: “Los investigadores han conseguido rejuvenecer células de la piel en el laboratorio y podemos invertir todo el proceso de envejecimiento del ser humano”. Y completó: “Lo que hacemos es reprogramar las células para obligarlas a hacer lo que hacían cuando eran jóvenes. No las cambiamos, ni las modificamos, sólo las reprogramamos para que puedan hacer las mismas cosas que hacían decenios atrás.”
El arqueo del ser humano para demoler mitos es asombroso, pero es el único empedrado para llegar a la autenticidad científica. Un filósofo, Epicuro, expresaba que el más aterrador de los males, la muerte, nada significaba para él, “porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”. Un confuso galimatías cara a los profanos que ya nos conformaríamos con vivir si la crueles enfermedades.
En el “ser o no ser”, de William Shakespeare, tal vez anide el secreto de la inmortalidad por encima de los avatares de la propia Parca.
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