He leído un comentario de Henar Ortiz, tía republicana de la reina Leticia, en defensa de su sobrina Leonor de Borbón, Princesa de Asturias, que merece todo nuestro parabién. Lo hizo sobre una de esas estupideces desdeñables de un tuitero, que había dicho que la joven “tiene la cara dura propia de un Borbón”.
Ahora bien, necesario expresar que no armonizo políticamente con Henar Ortiz. Ella señaló igualmente: “Soy abiertamente seguidora del venezolano Nicolás Maduro y de izquierda”. Lo de Maduro lo ignorábamos.
He vivido años en esa tierra venezolana. Llegué con lo puesto hace 48 años. Era un emigrante entre docenas de asturianos. Aquella nación era democrática en el más amplio valor de la palabra. Nunca me nacionalicé. Y este personajillo - igual a muchos brotados de la expatriación - , recibió todo lo que soy hoy: una profesión que me llevó a ser director de “Élite”, la primera revista del país, fundada en 1925, y cuyos responsables fueran importante figuras intelectuales del continente.
Dejada la dirección del semanario, ocupé la dirección del diario “El Mundo”, el primer vespertino de Caracas. Publiqué algunos libros. Recibí prebendas inmerecidas en la Latinoamérica y Estados Unidos, mientras España me impuso la Cruz de Oficial del Mérito Civil en el buque escuela “Juan Sebastian Elcano”.
Venezuela había sido sólido país hasta que llegó el viento envolvente de Cuba. Fidel Castro consiguió la caída de Carlos Andrés Pérez. Llegó Hugo Chávez que era un soñador. Tras estar preso por un intento de golpe de estado, fue indultado por el presidente Rafael Caldera. Hugo era un líder nato. Quiso conocer a Castro. Yo compré el pasaje Caracas-La Habana. Sorpresa. Cuando llegó al aeropuerto José Martí, lo estaba esperando Fidel. Lo hizo sentirse un héroe. La unión entre los dos fue hasta la muerte.
Antes fallecer Hugo – estuvo meses ingresado en La Habana - , había designado como su sucesor a Nicolás Maduro. Su fiel escudero nulo en los recovecos de la de la política. Lo ocurrido después ha sido la crisis plena de la nación con mayores recursos petroleros de América Latina. Se había convertido en otra “isla que se muerde la cola”, en palabras de Nicolás Guillén.
Miles de venezolanos se vieron desplazados a Colombia y otros países. En total, unos seis millones de personas.
Una mujer expresó el latigazo del exilio: “Me siento sumamente angustiada al saber que llevo en dos maletas toda mi vida”. Ella, su esposo y dos hijos cruzaban el puente internacional “Simón Bolívar”, frontera con Colombia, y con los ojos humedecidos añadió: “Lo hago por mis criaturas, porque ellas no tienen futuro en Venezuela”.
La odisea del éxodo es incandescente desde la misma alborada de los tiempos. Dentro de cada persona hay la profunda avidez de hallar una heredad prometida, aún a sabiendas de que muchos no llegarán al nirvana codiciado.
Cada exilio crea una ruptura difícil de explicar, un ahogo interior que los años no ayudan a aplacar y va alejando de la esencia materna, sobre esos anhelos que hablan de países repletos de leche y miel tras lejanas montañas o alucinantes mares.
Esto, paisana Henar Ortiz, es la historia que deseaba contarte sobre tu admirado Nicolás Maduro. Por cierto: las docenas de emigrante asturianos que tuvieron que volver al Principado, empujados por la terrible situación venezolana, no reciben desde hace siete años las pensiones que han cotizado durante todos sus años faenando. Muchos pasan penalidades.
Tu admirado compañero de ideas jamás respondió de esa situación. Lo mismo que el actual gobierno socialista de España.
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