Conocemos cortesanas de medio mundo, y todas dejaron bajo nuestra piel el recuerdo de la primera meretriz que nos hundió bajo la tapia del cementerio de Ceares, cercano al barrio del Llano del Medio en Gijón, y cuya calle Eulalia Álvarez de nuestra juventud abonaría en nosotros soplos de secano.
Aquella entrada al desenfreno dejó sobre la piel un olor a brillantina que tardó días en desaparecer. Nos bañábamos mañana y tarde y seguíamos oliendo a lupanar, a conciencia escabrosa o inocencia despilfarrada.
La segunda vez el acto lascivo fue más sereno. A la muchacha dócil como retama, le salían de su rostro dos ojos encendidos, dejando en el joven que uno era una envoltura de cadencia que aún hoy, cuando viene lejana a la mente, evoca una estimulada alucinación.
Habiendo uno cruzado el epicentro de la vida o lo sobrante de ella, la pasión a plazos con tarifa fija, sedienta, medio a hurtadillas, incomparable por lo que guarda de deleite lejano, es ya dentro de nosotros el reposo del guerrero que antaño hizo batallas entre sábanas de lino a la luz de una palmatoria, y ahora solo saborea requiebros de sombras o cadencias idas.
Con el paso de los años, las fogosidades se han ido pegando a una capa que recubre la nostalgia afectiva, pero ciertamente fueron amoríos lanzados sobre el deseo sin término consumido.
Posiblemente ahora, en la distancia, sea la supervivencia al desnudo tal como ha sido siempre la vida ante el apasionamiento carnal.
Tras haber calmado el deseo sensual al ser parte sin contornos de la edad madura, seguimos sintiendo hacia estas mujeres envueltas en luz de gas y ráfagas de efervescencia, el encanto sutil del paso de las noches, y es que las cortesanas, al ser sangre abrasada y sudor pegadizo, conocen a los hombres sedientos de arrumacos, y ven en la mirada de ellos la mancebía lejana sobre el palomar de un cuerpo de mujer enardecido.
Sobre las frías olas del mar Mediterráneo, se oirán los maitines de un juglar entristecido:
“Mujer de la alta noche mariposa del frío, que te besan los hombres a la hora del pan, qué más da que te besen los hombres o el rocío, si el rocío y los hombres son cosas que se van”.