Remembranza hoy sobre Nueva York

Hemos sentido querencia hacia Nueva York a primera vista. Uno ya no era joven, y la conocimos andando, pisando sus cuadras, camuflado entre el vapor de los conductores subterráneos y los resplandores grises y amarillos de esas fachadas rasgadas por el Art Déco. 

 Lo había dicho Henry Miller: “Nueva York... rascacielos, comida, carteles, trabajo, crímenes, amores... Una ciudad entera construida sobre un pozo abierto en la nada”.  

 Llegué a ella desde Newaek. Sobrevolé la estatua de la Libertad y Ellis Island, el refugio de inmigración cuya marea humana terminaría formando, al decir de Walt Whitman, “no solamente una nación, sino una abundante nación de naciones”. 

Poseía una cierta idea de la metrópoli por viejas películas en blanco y negro con policías y ladrones, cuyo final terminaba siempre difuminado sobre Broadway o un cuarto deprimente en la calle 42, en el que su única ventana daba sobre un anunció de whisky, mientras el protagonista concluía besando los carnosos labios de una mujer con cabellos   color platino de un blanco grisáceo. 

Al final, sin haber entrado al hall del Hotel Plaza, o en los bares Algonquin o el St. Regis en pos de las conquistas de Andy Warhol, Gore Vidal, Truman Capote o Monty Cliff, nos enredamos en las palabras de Le Corbusier, cuya arquitectura fue pura creación manhattiana: “Cien veces he pensado que Nueva York es una catástrofe, y cincuenta veces que es una bella catástrofe”. 

 Manhattan sigue siendo el espacio donde los sueños parecen tener vida propia, y algunos de ellos se pueden realizar simplemente caminando. 

 Sobre este mes de septiembre llegará la niebla y los altos edificios de la ciudad, que son todos, comenzarán a desaparecer bajo esa sábana de algodón llamada niebla, y mientras eso sucede, en Central Park, la tórtola entristecida, el diminuto gorrión, el arrendajo azul y los patos silvestres como el ánade y la malvasía cariblanca, aves que no emigran en ninguna época del año, se preparan a tejer sus nidos entre las ramas de los magnolios y cerezos mustios. 

John Dos Passos había dicho sobre el más  bello  jardín del planeta: “... las grandes burbujas del crepúsculo que ascienden desde la hierba... se inflan entre las grandes casas grises como dientes muertos, alrededor del parque”.  

Ese mismo cielo añil, hoy sigue adolorido por el terrorífico atentado de aquel 11 se septiembre de 2001, llegado del mismo cielo. 

 

rnaranco@hotmail.com



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