Para una Mar indefinida y discontinua/ en la duermevela entre ayer y mañana/ una flecha ciega me atraviesa/ y de la oquedad fluyen, arrítmicamente/ algunas palabras que no son mías.
Debemos -yo quiero- seguir celebrando el nacimiento de Federico García Lorca en Fuentevaqueros el 5 de junio de 1898 -año que España perdió sus colonias a manos del naciente imperio estadounidense- cuando nació la anomalía histórica lorquiana. Debemos -yo quiero- celebrar su vida -que sigue viva- y no quiero celebrar su asesinato -¡ay, negra muerte!- en un camino de Víznar a Alfacar en la madrugada sin luna del 18 de agosto de 1936.
“Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”. Y Lorca añade en su Alocución al pueblo de Fuentevaqueros: “Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”.
Porque Lorca sigue rehuyendo su tumba y nos merodea cada aniversario. Porque su duende peregrino alimenta el espíritu de todos los que reviven los quehaceres lorquianos tan tempranamente cercenados, sangrientamente, por manos heladas de hombres fríos. Porque mantener la verdadera memoria histórica -de la única manera respetuosa- es cultivar la inmensa obra de Federico García Lorca, cultivar la profunda riqueza de su viva y rítmica conciencia.
“¿Dónde está mi sepultura? / En mi cola, dijo el sol/ En mi garganta, dijo la luna/ Por las ramas del laurel/ vi dos palomas desnudas/ La una era la otra/ y las dos eran ninguna”. Sólo faltan -si es que faltan- mil lecturas, mil representaciones, mil celebraciones, cualquier día del año, con cualquier aniversario como excusa, y en cualquier lugar de España, de Iberoamérica y del resto del planeta.
Lorca es universal. Como un universo en expansión continuo, como una singularidad del universo, como la Gran Explosión originaria que expande la materia invisible del universo -que a la vez es su condición de existencia- así es el enigma de Lorca.
Por eso éste es un artículo anómalo, canta a la vida, canta a un Lorca vivo, que no muerto. Porque en Federico resuenan muchas vidas y, cuando lo revivimos, emanan todas esas vidas; porque en Federico pululan muchas risas y, cuando reímos, retumban todas esas risas; porque en su sangre habitan muchas sangres y, cuando sangramos, fluyen todas esas sangres.
El duende de Lorca, ayer
Porque su poesía nos lleva por el camino del enigma sin fin. Ya nos avisó Lorca que “la luz de la poesía es la contradicción (...) La poesía no quiere adeptos, sino amantes”. Y por eso “pone ramas de zarzamora y erizos de vidrio para que se hieran por su amor las manos que la buscan”. Pero para ello está el duende que “es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…) Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”.
Por ello “al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”. Porque “la verdadera lucha es con el duende”. Y nos avisa que “para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”.
Pero Lorca nos advierte: “El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca”. Porque es “un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas”.
El duende de España, hoy
Para Lorca el duende habita ciertas tierras y tiene una relación íntima con la vida y la muerte. “España está en todo tiempo movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte. En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. La singularidad española también existe en la indivisa relación entre el amor y la muerte. “En España, no. En España se levantan. (…) Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles”.
Una tierra unida por un complejo hilo antiquísimo: “Podríamos hacer un mapa melódico de España y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y de jugos que veríamos alternar en la sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recogerse en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar, fuera de peligro, la viejísima y compleja sustancia de España”.
No sólo de pan vive el hombre
Porque también Lorca -revolucionario- nos dice “de la esfinge a la caja de caudales hay un hilo de oro que atraviesa el corazón de los niños pobres”. Y con su prosa poética afirma “no sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”. Y denuncia “bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.
El duende de Lorca, mañana
Porque Lorca nos señala el camino: “Y sabed, desde luego, que los avances sociales y las revoluciones se hacen con libros y que los hombres que las dirigen mueren muchas veces como el gran Lenin de tanto estudiar, de tanto querer abarcar con su inteligencia. Que no valen armas ni sangre si las ideas no están bien orientadas y bien digeridas en las cabezas. Y que es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo el verdadero sentido de la libertad, sino el sentido actual de la comprensión mutua y de la vida”.
Y apuesta porque “un niño negro anuncie a los blancos del oro la llegada del reino de la espiga”. Gracias Lorca, gracias sin fin.
Eduardo Madroñal Pedraza