Estamos a mediados del presente mes de julio sobre una Europa en que la guerra de Ucrania ha cambiado hasta los verracos de piedra clavados en la península Ibérica, suceso a partir de los tiempos que los esculpieron los vetones ideándola insuperable siesta hispánica de tanta enjundia.
Es bien sabido por eruditos en la materia, que la prerrogativa de “echar una cabezada” es trascendental para el buen funcionamiento de nuestro organismo, al potenciar la memoria, el necesario relax del cuerpo, y las enjundias a la hora de cumplir las horas ensimismadas de todo párroco de pueblo que se precie en cualquier rincón de Europa, de Lisboa a los Urales.
Las conclusiones sobre echarse una cabezada tras el almuerzo, demostró que unos 90 minutos cada día es beneficioso: uno se levanta más lozano y vital, al contrario de quien no ha podido hacerlo.
Lo matizó sabiamente Albert Einstein: “Las siestas son recomendables para refrescar el cerebro y ser más creativos”.
Al presente, en honor a ese acción que nos congratula con nosotros mismos, fieles catecúmenos del descanso en los primeros intervalos de la tarde, cuando todo parece amodorrarse, recordaremos de pasada algunos elogios sobre esa invención renovadora entre la hora nona y las vísperas, es decir, de 2 a 4.30 de la tarde, según las sagradas reglas de san Benito y su vida monástica, cuando al mediodía los monjes dejaban de trabajar, comían los frutos del campo afanados con sus manos y se retiraban a sus celdas a reposar entre el dulce sopor de un descanso renovador.
La siesta ha sido loada, convertida en poema, admirada y reconocida en todo el orbe civilizado. Los españoles la llevaron a las Américas y sus lejanos confines.
“Soy capaz de dormir como un gorgojo en un barril de morfina a la luz del día”, señaló el inventor Thomas Edison.
El tan admirado Winston Churchill, fue más claro y es nuestro norte a la hora de la pausa atardecida:
“Hay que dormir en algún momento entre el almuerzo y la cena, y debe hacerse a pierna suelta: quitándose la ropa y tumbándose en el tálamo. Es lo que yo hago siempre. Es de cándidos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después del agradable letargo, se rinde mucho más. Es como disfrutar de dos días en uno, o al menos de un día y medio”.
En este caletre no podía faltar don Camilo José Cela. El gallego de Iria Flavia, el Padrón de Rosalía de Castro, en A Coruña, dejó dicho que la bienhechora y venerada siesta, debe hacerse con todas las de la ley: en pijama, antes hacer pis, invocar el padrenuestro y acostarse.
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