Nada nuevo, cuando Ucrania continúa padeciendo terroríficos bombardeos rusos, sin respetar ninguno de los tratados bélicos de las Naciones Unidas y los convenios de Ginebra.
Sobre ese drama, evocamos un encuentro unos días antes del comienzo de la II Guerra Mundial.
La conversa celebrada aquel día no tiene desperdicio ante la inmolación de los eslavos orientales estacionados ahora en Ucrania, cuando los políticos de ayer abrieron miserables senderos para seguir las crueles matanzas que destrozan nuestras conciencias de ahora.
Los reunidos en aquel pasado afligido que marca el presente actual, son dos hombres que se admiran mutuamente, y se reúnen en charla de varios días, sin lacayos ni secretarios.
El pomposo lugar elegido, los aposentos del Palazzo di Venecia en Roma. En primer lugar, allí está Benito Mussolini campechano, dialogante, consecuente de su inmenso poder. Frente a él Ludwig von Mises, un judío que cambió su apellido y se hizo cristiano sin haber abjurado de su antigua fe rabínica.
Se comunican en italiano. El Duce es profundamente culto. Además de su lenguaje natal, el de la Romagna, habla fluidamente francés y alemán. Lee permanentemente a Kant, Goethe y santo Tomás de Aquino; también a los suyos: Maquiavelo, Mazzini y los tratados de Cavour.
En un momento, Ludwig pregunta, tras haber hecho un recorrido minucioso por Julio César y Napoleón: “¿Un dictador puede ser amado?”
La respuesta es concluyente: “Sí, siempre y cuando las masas le teman al mismo tiempo. La muchedumbre adora a los hombres fuertes. Se vuelven pasión femenina.”
El germánico apostilla al dueño en esos momentos de Italia, Abisinia y Albania: “¡Dígame qué ocurre cuando uno de sus amigos de antaño entra en este salón! ¿Cómo logra usted la transición sin reabrir alguna de las viejas heridas? En una ocasión usted escribió: “Somos fuertes por no tenemos amigos”.
Mussolini guarda un silencio meditativo. Tras dos o tres minutos expresa: “No puedo tener ningún apego que me demuestre debilidad. Por mi temperamento, rehúso tanto la camaradería como las conversaciones. Si un viejo amigo viene a visitarme, la entrevista nunca dura demasiado. Lo menos posible. De todos modos, le puedo expresar sinceramente que la soledad no me resulta incómoda”.
Ludwig regresa: “Si el aislamiento le agrada, ¿cómo le es posible soportar la multitud de fisonomías humanas que tiene que ver cada día y de manera continua?”
Duce responde:
“Simplemente, les escucho sin un gesto. No les permito entrar en contacto con mí ser interior. Ese yo solamente es mío. Soy total dueño de él. Ninguno de los visitantes me conmueve más que ese ramo de flores y estos papeles sobre la mesa. En medio, preservo intacta mi subterránea soledad”.
En paralelo demostrativo dialogo, percibimos de frente el brutal conflicto ucraniano bajo la figura de Vladimir Putin, poderoso y sangrante zar.
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