Señalan relatos fidedignos, que el antecedente más próximo de las fallas – léxico mozárabe cuyo significado pudiera ser tea o antorcha - se halla en las postrimerías del siglo XIV cuando los carpinteros de la ciudad de Valencia juntaron unas maderas sobrantes de ciertas obras, en honor de su patrón, san José. Con el transcurrir del tiempo, aquellos actos aparentemente insignificantes tomaron formas, y se fueron convirtiendo en “ninots”, muñecos hechos de viruta, papel y cartón.
Y así, cada 19 de marzo – a las doce de la noche – se realiza la gran “cremá” – quema – de los colosales monumentos, convirtiendo en llama y ceniza el trabajo de meses.
Los días anteriores, con el comienzo de la “cridá” – llamada – hay permanente material pirotécnico – pólvora y tracas – para las “mascletás”, un sonido ensordecedor ante cientos de personas llenando la plaza del Ayuntamiento.
Con ello se establece los fuegos artificiales, una sinfonía de ruidos y color sobre el cielo de la ciudad cuna de Rodrigo Borgia, San Vicente Ferrer, Vicente Blasco Ibáñez, Joaquín Sorolla, Luis García Berlanga, Santiago Calatrava, Manuela Solís, Conchita Piquer, Rita Barberá, y el amigo en mis años juveniles, el poeta Vicente Andrés Estellés, entre otras admirables estampas humanas de las orillas del Turia.
Se debe de decir que los ninots - los mejores son indultados y ocupan un lugar en el Museo Fallero - son una expresión irónica acerca de personajes y sucesos de toda índole que han destacado en Valencia y el mundo en los meses anteriores al 19 de Marzo. Nadie se salva, ni el Papa de Roma, ya que el buen humor, ocurrente y perspicaz, realizado por artistas extraordinarios, da para todo regocijo.
Al final, “la cremá”. Y es que una falla es sólo ella misma cuando se envuelve en llamas.
Valencia, señala su himno, es “la tierra de las flores, de la luz y del color”, y así, la ofrenda floral, es un festejo fallero de incomparable fe cristiana ante la fachada de la Real Basílica de Nuestra Señora la Virgen de los de los Desamparados, patrona de la ciudad.
En ese ofrecimiento, la Fallera Mayor luce el típico traje con mantilla bordada, peineta, collar de aljófar en dos vueltas, lazo para la cintura de seda, banda, medias blancas de hilo o de algodón, y manteleta o pañuelo de cuello, con lentejuelas de oro. Una admirada y prodigiosa vestidura.
La misma, no ha perdido nada del modelo tradicional que usaba la mujer valenciana en el siglo XVIII, siendo hoy valorado como uno de los atuendos regionales más hermosos.
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