En la añada de los 50 del pasado siglo XX, cientos de españoles llegaron a Venezuela. Asturias y Galicia fueran las regiones que más hombres y mujeres embarcaron en sus costas para cruzar el mar océano y llegar, en palabras de Cristóbal Colón, “a una tierra de gracia”.
Venezuela era entonces tierra de promisión, campo abierto para la esperanza, y en ella cientos de asturianos, sin renegar del lar de sus mayores, se apretaron a una nueva patria ancha, floreciente y generosa.
Hoy todo ha cambiado. La política, la mala y desdeñable, ha dejado una nación antaño remanso de paz, convertida en una hendidura de pesares.
Lejos están las palabras de Rómulo Gallegos en su novela “Doña Bárbara”: “¡Llanura venezolana! ¡Propicia para el esfuerzo, como lo fue para la hazaña, tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena, ama, sufre y espera!...”
José Manuel Castañón, el gran prosista de Pola de Lena, en su libro “Entre dos orillas”, supo bien de qué hablaba. Desgranó la desazón del emigrante, la cubrió de morriña, pero también de mucho brío, y con su pluma imbuida de pasión, fue creando el abecedario de los hombres y mujeres que partieron de estas tierras astures y crearon otras parcelas en todos los recodos del planeta, con fuerza, sudor y esperanza.
No hay estadísticas confiables, pero los “indianos” que regresaron de Venezuela, son menos de los que se pensaba, y eso por varias causas: la principal, por miedo a volver y no encontrar el calor que dejaron hace medio siglo. Igualmente, muchos no pueden hacerlo al haberse quedado sin sus ahorros y, dolorosamente, los gobiernos de la Moncloa no han desarrollado un plan de ayudas.
Caracas ya no cumple con el pago de las pensiones, mientras Madrid solamente usa palabras. En medio, el abandono, y en esa disyuntiva, el posible regreso se vuelve una gavilla de espinas.
La desahuciada situación económica del país de Bolívar es de cuidado intensivo. Venezuela se ha convertido en un doliente país. La estructura social ya no existe.
El retorno de los indianos astures a los labrantíos de sus mayores, es ahora un retrato cuarteado en las estribaciones del alma: Todo nostalgia, pura ensoñación y desánimo.