En el año 2007 asistimos en el Teatro Campoamor a la entrega, al ex presidente de los Estados Unidos Al Gore, del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, a causa de sus bríos para salvaguardar al planeta de la inmolación climática que se avecinaba.
La concesión del galardón produjo duras acusaciones debidas - se decía entonces - a la falsa alarma que Al Gore, con su irresponsable actitud, estaba creando en la ciudadanía.
En ese ínterin ya por sí complicado, llegó el contexto expuesto de la mano de expertos: si la humanidad no enfrenta la situación atmosférica con urgentes medidas, puede sufrir un nefasto tiempo apocalíptico.
Había un solo camino a seguir: reducción drástica del C02 a la atmósfera; prohibir la exportación de los residuos tóxicos de las tecnologías contaminantes; abordar las causas de la destrucción de los bosques; prohibir las pruebas atómicas y establecer el abandono progresivo de la energía nuclear que, aún siendo parte del universo, los humanos la usamos con carácter destructivo.
Las zonas más desfavorecidas del planeta serán las que padezcan consecuencias del incremento de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, mientras millones de personas padecerán catástrofes a consecuencia del aumento del nivel del mar y el derretimiento de los polos.
En contraste, algunos negacionistas no comparten las creencias sobre el medio ambiente. Enuncian que la contaminación es un fenómeno natural que apenas perturba la armonía universal. En general, reafirman, no es más que un problema de reciclado.
Bajo esa perspectiva, debemos saber que nuestro planeta - la única nave que los seres humanos poseemos por los momentos - es un ente vivo y como tal debemos cuidarlo; si no es así, se nos muere aún teniendo la escasa esperanza de que la Naturaleza sabrá actuar sin contar con nosotros, tan depredadores siempre.
Es bien sabido que la epopeya de la Creación evolucionó hasta ser la responsable de los resortes de su propia conciencia, no obstante, están a punto de concluir, no por una decisión natural, sino debido a nuestra indolencia.
Las complejas moléculas que a partir del primer estallido del caldo de la vida, hace quince mil millones de años, han unido a la humanidad con la gran epopeya de la Creación, evolucionando hasta ser responsable de los resortes de su propia cognición, están a punto de terminar por culpa nuestra.
La tierra poseen existencia propia y, a conciencia de ese admirable fundamento, es obligación mantenerla tal como la creación de todo lo existente nos la situó entre nuestras manos.