Se nos cuenta que unos seiscientos años antes de la era cristiana se dio en Grecia la mejor historia posible: la revelación del diálogo.
A partir de ese instante, nos cuenta el ensayista ciego de “Historia de la eternidad”: “La fe, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orden; algunos helenos contrajeron, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era, como el Shinto, un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmogonías variables. Esas dispersas conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, metafísica.”.
De esa Grecia patrimonio humano, nos envuelve el céfiro y las costas brumosas en la lejanía. En esos mismos arrecifes, en tiempo no tan lejano, acudimos a sembrar naranjos, injertar olivos y recoger almendras, en espera, al decir del Minotauro, que los relámpagos del Olimpo nos fueran propicios.
Envueltos en un crepúsculo de progresiones azulinas, levantamos una piara con troncos secos, trigo húmedo y hojas de laurel, mientras arrojábamos al fuego incienso, canela en rama y flores de azahar.
De la ceremonia salimos mucho más claros a los sopores de la vida o por lo menos, eso seguimos creyendo.
Sentados bajo los capiteles de un templo dedicado a Artemisa, uno contemplaba cambiar la luminiscencia del día, y así, tras un blanco translúcido, venía un manto de sombras, ahora granas, ahora grises. Al anochecer el viento era suave y preñado de nostalgia.
Las cercanas rocas de mármol nos llamaban con voces y sonidos de flautas. Igual a Ulises, nos hicimos sordos ante la armonía musical que penetraba por nuestros ojos y era vedada a los oídos.
Al presente, tras nuestro corto periplo en búsqueda de la esencia más vital del ser humano, recordamos los versos de nuestro admirado Rafael Cadenas bajo el titulo, “El dialogo según un dictador”:
“Versión originaria: Cuando yo dialogo no quiero que me interrumpan.
Versión segunda: Yo dialogo, pero advierto que no ceso en mi posición.
Versión tercera: En diálogo, los que me contradigan deben reconocer de antemano su error.
Versión cuarta: Después de cavilar, dictamino humildemente que el dialogo es innecesario”.
Apostilla: Que cada lector o lectora asuma el valor de la conversa, en estos tiempos tan indefinidos al instante de trabar un razonamiento coloquial.
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