No negamos que estos párrafos posean una remembranza hacia el país criollo, tierra que nos abrió sus fronteras brindándonos armonía, trabajo y libertad durante un largo tiempo de nuestra existencia, y ahora, lejos de ella, rumiamos aquellas dichas desmenuzadas.
Al país - ahora tan olvidado - le ofrecemos estas palabras sobre el valor de la libertad.
Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, cinceló un pensamiento al que nos unimos: “Pienso que yo habría amado la libertad en todos los tiempos; pero me siento inclinado a adorarla en la época en que vivimos”.
Y Robespierre, al que tanto temía y a la vez adulaba Fouché, exclamaba: “Huid de la antigua manía de querer gobernar demasiado; dejad a los municipios el derecho de organizar sus propios asuntos, en una palabra, devolved a la libertad de los individuos todo lo que se les ha arrebatado ilegítimamente”.
Desfilaba el final del siglo XIX faltando algunos años para encontrarnos con las páginas de “Extraterritorial” de George Steiner, mientra años después llegaría la barbarie sobre una cruz svástica y el horror inundaría el horizonte de millones de personas, hasta hacerles preguntar al cielo protector la razón desmesurada de tan agónico calvario.
Sin la libertad de pensamiento y acciones, cuya base es la escritura, el grito y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media.
Y si hoy algunas naciones y no otras - miro adolorido hacia Venezuela y contemplo apesadumbrado a los talibanes de Afganistán - están en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque hombres y mujeres imbuidos de coraje han abierto rendijas con sus propias manos para enseñarnos la luz de la emancipación.
En sus escritos “On liberty” – “Sobre la libertad” – John Stuart Mill subrayó: “… Los déspotas tampoco niegan que la libertad sea excelente; sólo que no la quieren más que para sí, y sostienen que todos los demás son indignos de disfrutarla”.
Esas expresiones que Venezuela hoy soporta, no deben obligarnos a poner rodilla en tierra. Vivir en democracia es hacerlo a pie, aún con riesgo de tratarse de una forma de avance que por su inestabilidad exige, más que ninguna otra, pensamiento, análisis, reflexión y decisiones firmes y directas.
El grito de consternación es hoy más necesario que nunca: el pueblo criollo debe salvarse a sí mismo, sabiendo que nadie lo hará por él. Simón Bolívar se halla reposando en Santa Marta, mientras Francisco de Miranda y el resto de los héroes libertadores, miran con amargura el hundimiento de esa heredad antaño recubierta de dignidad, gallardía y voluntad.
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