O salvamos el progreso humanístico tal como lo conocemos – imperfecto y, aún así, con sus raíces filosóficas, literarias, técnicas e históricas en su momento más esplendoroso -, de lo contrario vamos a una hecatombe sanguinaria.
Aquí ya no hay otra percepción en un sector del planeta: civilización o barbarie, progreso o atraso, oscurantismo o fosforescencia del pensamiento.
Y sobre el presente punto, el fundamentalismo islámico es la más clara representación de que el mal intrínseco del ser humano existe y campea a sus anchas.
El autodenominado “Emirato Islámico de Afganistán” es una secta política-paramilitar fundamentalista del islán sunní, que ha vuelto, 20 años después, y tras una permanente guerra, a controlar el país.
Los talibanes - puede traducirse por “estudiantes del Corán”- es un grupo de muyahidines integristas que crecieron a principios de los años 90 en la frontera que se extiende entre Afganistán con Pakistán.
Sectores exacerbados los hubo siempre, lo mismo que mesías e iluminados, pero nunca como ahora el futuro estuvo en manos de tan descabellados individuos.
Han venido demostrando que unos pocos fieles pueden hacer añicos la civilización y enviar a la raza humana a los tiempos de las cavernas, con la amarga salvedad de que en ninguna de ellas encontraremos a Platón o Diógenes. Tampoco un papel donde escribir o una luz de conciencia a la que mirar. Es fanatismo en fase pura.
No se trata nuevamente de poner sobre la mesa las culpas habidas entre Oriente y Occidente y seguir acusándonos permanentemente unos a otros, sino de recapacitar y salvar lo mejor de cada fe o tradición, aunque ciertas creencias, con sus conceptos de verdad absoluta, destrozan la libertad emanada del libre albedrío.
Es certero: buena parte del mundo musulmán sigue coexistiendo en los albores en que el profeta Mahoma partió de Medina a la Meca con sus enseñanzas, siendo en la actualidad negados de comprender la evolución natural de las especies y su percepción.
Algunas religiones no serán el opio del pueblo, pero nada se les acerca más. Pensar que el siglo XXI el hombre siga matando a su semejante en nombre de un dios, es elevar la barbarie al cuadrado de la hipotenusa, lo cual demuestra que en muchos aspectos no hemos salido del paleolítico.
Uno reflexiona que entre creer en un Dios o dudar de él, nos queda el ateísmo, un concepto frío y opaco donde tampoco encontramos la protección, no ya del espíritu, sino de nuestros anhelados ensueños humanos.
Sufrir es la única aparente verdad que nos encadena irremediablemente a la existencia y, además, el ser humano lo aumenta con sus acciones. Es la llamada imperecedera de la profecía entre el bien y el mal.
En Kabul, capital de Afganistán, con la llegada de los talibanes tras haber tomado todo el país, la anarquía ha tomado presencia brutal, y con ella parece haber llegado la barbarie.
Queda un resquicio de esperanza: los talibanes fundamentalistas quizás han comenzado a darse cuenta que el barbarismo contra las mujeres y el represivo convivir en sociedad, no está dejado de la mano de Alá.