La sorprendente decisión del primer ministro griego, Yorgos Papandréu, de poner una bomba en la línea de flotación del frágil esquife en que últimamente se ha convertido el portaviones de la economía europea, habrá de analizarse con mucho detalle en el futuro y seguramente se escribirán sobre ella sesudos tratados e incluso tesis doctorales.
A la hora de escribir estas líneas, llegan noticias de que la presión combinada de sus compañeros de partido y la oposición han convencido al premier para retirar la estrambótica propuesta de un referendo en el que, en síntesis, se le iba a preguntar al pueblo griego si estaba conforme en que lo jodieran aún más todavía.
¿Qué extraños mecanismos mentales llevaron a Papandreu a soltar tal moscardón en medio de la taza de leche? ¿El miedo a una moción de censura? ¿un repentino orgullo patrio frente a la Canciller y el Presidente? ¿El despertar de una rara astucia de comerciante pirata?
Lo tremendo del caso ya no es sólo que ha estado a punto --todavía las estamos pasando de a kilo y a ver cómo acaba esta tragicomedia-- de sumir a Europa en una nueva Edad Oscura y amargarnos la vida a todos para lo que resta de siglo, sino que las consencuencias para su pueblo habrían sido, lo serán de persistir en ello, horrorosas.
Las buenas gentes de Europa tienen miedo, por vez primera desde la segunda Guerra Mundial. Y cuando parece que los dirigentes de los estados de la eurozona se lo toman en serio y dan síntomas de firmeza, Papandreu propone darle una patada al calderu, derramar la leche, matar la vaca y quemar la casa. ¿Se da cuenta este hombre de que iba a condenar al pueblo griego a sufrir el ostracismo, incluso el odio feroz de toda Europa? ¿Se da cuenta de la ira y la violencia irracional que el destruir Europa iba a hacer recaer sobre su pueblo? ¿Se da cuenta de las consecuencias horrorosas que para Grecia iba a tener su decisión?
Chésterton lo hubiese titulado "la locura de Papandreu" , como tituló la 'locura de Greenshaw". Pero aquella tenía cierto método. Y aún cierta cordura. La de Yorgos no. Por eso sigue siendo peligroso que un solo hombre tome las decisiones. Y por eso hay que evitarlo.