Buganvillas rosadas y blancas

Varias horas fueron necesarias para cazar  (por mediación de una cámara fotográfica) un león en el Parque Nacional de Tsavo, cortado en dos por la carretera entre Nairobi y Mombasa.  

La división se hizo por razones administrativas, pero las dos zonas son notablemente diferentes en su vegetación. Una seca y de matorral espinoso; la otra más variada, montañosa y con hermosas vistas, entre ellas la del esplendoroso Monte  Kilimanjaro, la montaña solitaria más alta de África.  

 En los dos días que duró la “cacería” vimos inmensas manadas de  elefantes, búfalos, hipopótamos, leopardos, rinocerontes, cebras, gacelas, monos, hienas y todo tipo de antílopes, pero el majestuoso león se escondía entre la exuberante vegetación que  en esos días, después de las primeras lluvias, se transforma en un vergel incomparable. La hierba crece con fuerza y numerosas flores rosadas y blancas, entre ellas la hermosa buganvilla, decoran la pradera de Tsavo. 

 De ese safari hemos traído cansancio y polvo, salvado en parte por la mirada de los niños, pequeñuelos de un negro azulado que nos acompañaron, como  brisa  revoltosa, durante todos los días. 

Pululan como mariposas después de la incesante lluvia en los últimos días de marzo y primeros de abril arrastrada por los monzones. Son niños de piel negra brillante. Ébano puro.  

 Cada mañana salíamos a Watamu, el pueblecito de pescadores que nos ha dado cobijo bajo, y vienen a nuestro encuentro por los caminos polvorientos de sus cabañas de adobe, con techos de “makuti”, saludando o gritando con algarabía: “Jambo” (hola).  

 Los más atrevidos preguntan: “Hujambo?” (¿Cómo está usted?).  Aprendimos, como loro viejo, algunas palabras en swahili, y respondemos con soltura un “Njama, ahsante” (Estoy bien, gracias). 

  Llegan a nuestro encuentro al ir hacia un milagro de la Naturaleza: un acantilado de arena blanca finísima. Es suficiente un caramelo, una bolsita de azúcar, para  verlos saltar de alegría como avecillas de casero vuelo. 

 Pasamos por delante de la mezquita toda ella azul y verde; algunas tiendas y un cine viejo donde aún se podía ver un cartel anunciando una antiquísima película  realizada en Tsavo, por James Stewart y llamada “A Tale of África”.  

Cuando llegábamos a la playa, detrás de unas dunas, un pequeño cementerio musulmán parecía salido del mar envuelto en espuma y piedras  blancas de coral. 

 Los niños de ébano nos acompañaban risueños y ahora parecen, en la lejanía de nuestro recuerdo, gaviotas negras reposando sobre la arena blanquísima.  

 

 



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