Habiendo cruzado mí persona largamente el epicentro de la existencia y comenzando a pesarle más el sentido obligatorio - pero certero - del trance final, suelo leer con apego todo folleto sobre la posibilidad de hacer frente a las enfermedades de la vejez.
No se trata de aprensión, ya que al final uno suele fallecer como se ha vivido, al ser la existencia que nos ha ido envolviendo permanentemente penetrante y, no hay duda, que quien es sagaz en la vida vegeta mejor; aún así hay algo cierto: todos deseamos llegar a la longevidad, y aunque a nadie le gusta que le llamen anciano, y se usan potingues o pretextos para mantener la virilidad a la altura de las circunstancias, aún a sabiendas que el tiempo es inexorable y marca fielmente el resonancia del reloj de cuco de la existencia.
La revista ofrecida hace unas pocas semana por la azafata para matar el tedio del vuelo de Madrid a Rabat, mientras disgustábamos un sabroso mousse de limón, hablaba de una tal Helen Faith Reichert, la cual ofrecía en el texto la fórmula para conseguir la longevidad como muy poco esfuerzo. La tal señora iba a cumplir sin esfuerzo 100 brillantes años. Su médico dice que come de todo y “disfruta de un entono vital envidiable”.
Nunca, en ningún tiempo, hizo ejercicio ni deporte alguno: a lo más, dormir la siesta. Ante esto, nos vino al recuerdo la anécdota de Churchill, el admirado ex primer ministro inglés.
Cuando el acreditado personaje de la conocida frase “Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” en la Segunda Guerra Mundial, llegó a 80 años, fumando todos los días una docena de habanos acompañado cada uno de un whisky, un periodista lo entrevistó para la BBC. Tras felicitarlo, la primera pregunta fue si le debía al deporte el haber llegado a tan longeva edad.
“Si, respondió el sagaz político, al deporte se lo debo todo: jamás lo he practicado”.
No debería ser tomado esto, claro está, al pie de la letra, ya que es bien conocida la importancia del ejercicio físico para mantener el cuerpo en sanas condiciones, no obstante el deporte, la alimentación adecuada y una vida tranquila, aseguran la longevidad, pero menos de lo que nos gustaría a todos, según la genética.
El “dar vida a los años y no años a la vida”, debería ser el principal reto para todos los investigadores en el área de la gerontología, pues como apunta uno de ellos, “nosotros no estamos ambicionando encontrar el agua de la juventud, ya que simplemente codiciamos hallar el remedio de envejecer bien sin menos achaques”.
La azafata nos avivó de nuestro letargo: “Señores pasajeros, bienvenidos a Rabat”.
El paisaje a nuestros pies parecía un manto de niebla solidificada, mientras, teníamos en mente que no se nos olvidara al regreso comprar aceite de Argán, que sus cultivadores en estas tierras rifeñas recomiendan para poseer la piel del rostro brillante y con toque juvenil.