La legalidad fue concebida como un límite frente a eventuales degradaciones de la política. Por ello es absolutamente imprescindible que el orden judicial sea independiente, tanto en el plano externo –la magistratura como organización– como en el interno –cada juez en particular dentro de aquella–.
Este modelo solo alcanzó un cierto grado de acabado en Italia.
En España, el Consejo General del Poder Judicial –órgano de gobierno de los jueces– ha fracasado estrepitosamente debido al sectarismo y a la falta de lealtad constitucional de los principales partidos, así como a la pasividad y falta de compromiso de las asociaciones judiciales y de la judicatura en general.
A día de hoy hay un claro desencuentro entre el PSOE y el PP a la hora de elegir a quienes deben integrar este importante órgano.
No es extraño: los jueces tienen ideología, algunos muy marcada, y aunque imparcialidad e ideología no tienen por qué ser incompatibles, a muchos se les ve el plumero en exceso.
No debe sorprender, por tanto, que el PP se resista a aceptar entre los propuestos para este órgano de gobierno a sujetos como Ricardo de Prada o Victoria Rossel. Se han pasado cuatro pueblos a la hora de evidenciar públicamente su sesgo izquierdista, deslegitimando seriamente la credibilidad de la justicia y provocando consecuencias políticas inaceptables en un sistema democrático.
El último reducto de esperanza de nuestra sociedad frente a las perturbadoras manifestaciones políticas y sociales que nos acechan es la justicia, la justicia impartida por jueces imparciales, independientes y con gran sentido de estado, que actúen como barricada ante las locuras de los gobernantes que amenazan nuestra convivencia.
Decía Meyer que «quien sostiene la balanza no puede moverse de su puesto sin que esta se incline para un lado».
Calamandrei creía en un juez «sereno e imparcial como el científico en su gabinete de trabajo».
Los jueces, por la función nuclear que desarrollan, deben mantener sus preferencias políticas ocultas, porque la ideología no se combate con terminología; la ideología contamina el ejercicio de una función que, por esencia, debe ser neutral, imparcial y objetiva.
Pero política y justicia forman un binomio inseparable y hacen permanente honor al mensaje amoroso creado por Rosemonde Gérard y popularizado por el joyero Alphonse Augis: «Hoy más que ayer, pero menos que mañana».
¿Existen jueces capaces que reúnan las cualidades necesarias para asumir la decisiva tarea de gobernar administrativamente a sus compañeros y prestigiar al Consejo General del Poder Judicial?
Sin duda alguna, y deben dar un paso al frente por el bien de España y de los españoles. Entre tanto, el PP no debe pactar, porque si lo hace entregaría el último bastión defensivo a esta coalición de insensatos temerarios.
Líbrenos Dios de los jueces libertarios así sepan más derecho que Solón.