Mil muertos haciendo señales de humo
y un iroqués reclamando el imperio en su ocaso
El lema de Biden -lanzado durante su primer discurso de política exterior, ya como presidente- “América vuelve” (America is back) lo dejó intencionadamente incompleto. En verdad decía “América, con Biden, vuelve a la guerra”. Solo ha dejado pasar 36 días desde su toma de posesión en la Casa Blanca para ordenar su primera acción de guerra, el bombardeo de un alojamiento de las milicias sirias aliadas de Irán, en el área de Abu Kamal (provincia de Deir Ezzor, al este de Siria). Según informaciones del Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), de momento han muerto 22 milicianos por el ataque estadounidense.
Siempre hay una excusa para cada crimen. En este caso ha sido que una serie de cohetes alcanzaron la base militar estadounidense ubicada en el aeropuerto de Erbil, en la región semiautónoma dirigida por los kurdos, con el resultado de la muerte de un “contratista civil” no estadounidense e hirió a varios “contratistas” estadounidenses. Aunque el propio Washington no llegó a determinar de forma oficial la autoría de dicho ataque, sí ha servido de excusa.
El doble lenguaje, que acompaña las nuevas guerras e intervenciones estadounidenses en distintos países de Asia, África e Iberoamérica, llama a los mercenarios “contratistas”. Para evitar la consecuencia dolorosa de las bajas de los militares estadounidenses en conflictos bélicos por el mundo -y que tanto dolor y rechazo generó en el pueblo norteamericano desde la guerra de Vietnam- Washington ha reemplazado en las actividades militares más peligrosas a sus tropas oficiales por mercenarios con la etiqueta comercial de “contratistas”. Así además se disfraza el presupuesto militar real al descontar del presupuesto oficial los gastos mercenarios de los “contratistas”.
El ataque tenía como objetivo inmediato las instalaciones bombardeadas en Siria, pero el objetivo real era Irán. Ya, durante la administración Trump, a inicios de 2020, el Ejército estadounidense mató al poderoso general Qasem Soleimani, comandante de la fuerza de élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, en un ataque con drones.
Con los ataques aéreos, Estados Unidos intenta que otros países árabes descontentos con los gobiernos iraní y sirio presionen a los países europeos para que se involucren en apoyo a la intervención norteamericana. Biden promueve un “multilateralismo” que consiste en implicar a los aliados de Estados Unidos, especialmente a los europeos, y conseguir que, a través de la OTAN, se embarren en Oriente Medio.
La administración Biden debe afrontar el mismo dilema que la de Trump, es decir, hacer frente al ocaso imperial de la superpotencia norteamericana, al ascenso de nuevos centros de poder que aspiran a un orden mundial multipolar, y a la incesante y creciente lucha de los países y pueblos del mundo por zafarse del dominio norteamericano.
El problema central de EEUU es cómo contener el ascenso de China. Y Biden ha dejado claro que no va a relajar en modo alguno el cerco -económico, comercial, tecnológico, político, diplomático y militar- a China. Biden ha manifestado que el unilateralismo de Trump ha acabado beneficiando a Pekín. Y propone “cambiar la naturaleza básica de la confrontación”, trabajar por un “frente unido de aliados y socios de los EEUU para confrontar a China”, incrementando la participación de sus aliados europeos de la OTAN, Japón y Australia. Ya no sería EEUU frente a China, sino colocar a China frente al conjunto de potencias occidentales.
El hecho es que durante los últimos cuatro años el mundo ha cambiado. Se ha agudizado el ocaso estadounidense y ha avanzado tanto la emergencia de China y del área del Asia-Pacífico como la progresiva irrelevancia de Europa. Una tendencia que la pandemia está agudizando.
No se puede decir que la política de Trump no haya sido agresiva, incluso en ocasiones altamente temeraria, ni que no haya puesto en grave peligro la paz mundial. Pero en los hechos Donald Trump es el único presidente de las últimas décadas que culmina su mandato sin haber embarcado de forma directa a Estados Unidos en un nuevo conflicto bélico de envergadura.
Por el contrario, su predecesor Barack Obama -del que fue vicepresidente Joe Biden- es el único presidente norteamericano que ostenta el récord de ejercer dos mandatos completos -ocho años- con el país en guerra todos y cada uno de sus días, incluido el día que recibió el Premio Nobel de la Paz.
Juntos, Obama y Biden, bombardearon Afganistán, Libia, Somalia, Pakistán, Yemen, Irak y Siria; promovieron golpes de Estado -los llamados “blandos” y los descarnadamente duros- en Honduras y Paraguay; y desestabilizaron Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia; además de diseñar y alentar “primaveras” y “revoluciones de colores” en el Magreb y en Ucrania.
Hay que ser conscientes que cuanto más la lucha de los pueblos reduzca el espacio de dominio mundial de EEUU, más se incrementará su agresividad y su aventurerismo, y con más ahínco tratará de saquear a los países bajo su órbita y lanzar contraofensivas para tratar de recuperar el terreno perdido. Mientras exista, la superpotencia estadounidense constituye una tremenda amenaza -que no se debe minusvalorar ni por un instante, aunque se vista de seda- para la paz mundial y para todos los pueblos del mundo.
Eduardo Madroñal Pedraza