Venezuela pasó de la utopía al desencanto. Pocas veces una nación bendecida con los dones de la naturaleza había llegado a tal insondable hundimiento en lo moral, social y económico. El país, habiendo franqueado la puerta de la riqueza más próspera, llegó a la paupérrima miseria. Y hoy se sigue corroyendo en profundidad. ¿Culpables? Todos, y aún más Hugo Chávez Frías y sus escuadrones serviles que siguieron a un hombre de palabra inflamada envuelta en resabios al socaire del fuego encendido de sus arengas.
Habiéndole citado la muerte en Cuba con tiempo suficiente para enderezar entuertos, salió por la mitad de la tangente y dejó el gobierno a un correligionario - Nicolás Maduro - que había sido un buen vasallo pero incapaz de asumir una responsabilidad de envergadura.
Lo demás es el presente que muerde el aliento y deja a la nación agrietada y paupérrima.
Como era característico en él, el comandante llanero había jurado tomar la presidencia para garantizar las libertades políticas, y a la vez imponer mano dura contra los desviacionistas ideológicos, expresando que había que ser magnánimo con los perdedores, pues “un águila no mata moscas”.
“Asumiremos el triunfo – expresó cuando llegó al Palacio de Miraflores el 2 de febrero de 1999, hace ahora 22 años - con humildad porque ésta es apenas una batalla. Hemos hecho algo importante, pero no hemos ganado la guerra”.
Retornó a los pasos de su soñado tutor, Simón Bolívar, expresando que ahora estará más vivo en la presencia del nuevo resurgir de la patria. Vanas palabras huecas.
¿Dónde están ahora, a 22 años, esos vientos de frescura democrática? Convertidos en pesadumbre.
Un hombre que perdería el poder total a cuenta del teniente coronel y el bagaje político de toda una vida, Carlos Andrés Pérez, muerto en soledad en Nueva York, nos dijo, con malestar profunda para un libro titulado “El hombre de la Ahumada”, esta lapidaría frase:
“Ese militaducho que desangró el país con una hecatombe golpista no significó nada para mí, pero el suceso fue sumamente grave al ser un punto de inflexión en la situación política venezolana, cometiendo yo el error de no darle la importancia que tenía”.
El viejo político José Vicente Rangel - muerto hace unas semanas después de intentar salvarse en Cuba - y que ocupó en el primer gobierno de Hugo Chávez el Ministerio de Relaciones Exteriores y posteriormente, tras el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, asumió el de la Defensa, pronunció unas palabras que, miradas al trasluz de estos 22 años deshilachados, poseen el retrato de unas pinceladas sibilinas que nadie en el chavismo-madurismo desea recordar:
“Chávez, con oposición es garantía para todos y en particular para él mismo. Chávez, sin oposición, es un peligro para todos y en particular para él mismo.”
Eso aconteció.
Días antes de la toma de posesión del Comandante salimos a la ciudad llanera de Barinas para estar presentes en la juramentación como gobernador del estado, de su padre el maestro Hugo de los Reyes Chávez. Esa noche le hicimos varias preguntas al nuevo presidente cuyas respuestas quedan para la historia al estar en las páginas de la revista Elite que mi persona dirigía. De la conversación destacamos dos contestaciones puntuales:
-¿Es usted comunista?
- Para nada. Todo mi proyecto político es una búsqueda del lado humano del sistema capitalista.
- ¿Qué piensa de Fidel Castro?
- El tuvo sus circunstancias. Tampoco voy a ponerlo como ejemplo a seguir, de ninguna marea. Siempre lo digo: Cuba para los cubanos. El lugar nuestro es Venezuela, debemos poner orden aquí, en casa, y los cubanos que arreglen sus propios problemas.
Palabras huecas. Fui testigo de primera mano del primer viaje que hizo a la Habana. Compré los pasajes por solicitud de Luis Miquilena, entonces el político más respetado del país y que sería el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la Constitución Bolivariana.
Días antes, Gabriel García Márquez, que había dialogado con Chávez en un vuelo de La Habana al aeropuerto venezolano de Maiquetía, escribió: “He conversado en el viaje con dos hombres opuestos: Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podría pasar a la historia como un déspota más”.
Hoy, en las sufridas sombras que asolan a Venezuela debido al chavismo, sigue perviviendo con angustia un país que sueña, anhela y espera un nuevo renacer.