Existe un texto de cortas páginas que, a conciencia de su contenido, es colindante de todo ser humano en los intervalos en que el coexistir nos circunda de adversidades, a reflexión de que pueda ser auxilio contra las iniquidades en ese ir recorriendo senderos.
Hablo de “Cándido”, la creación literaria que pudiera ser asumida por todo persona, a conciencia de saber que esos contornos de Voltaire serán el antídoto al instante de ir atravesando los arrabales que nos aguardan en la constancia de la vida.
Hay páginas en el contenido que solemos releer de continuo. Estos días cercanos al carnaval, volvimos al capitulo XXV, momento en que el viajero, acompañado de su amigo Martín, cruza en góndola la ribera del Brenta, entre Padua y Venecia, para hacer una visita al señor Pococurante. Ese encuentro en el palacio de mármol abrigado todo él de obras de arte, parece mejorar en luminiscencia descriptiva cada vez que uno vuelve a repasarlo.
Una noche anterior, al comienzo de la mascarada, los dos amigos se encuentran en una posada con seis extranjeros que resultaron ser sultanes unos y reyes otros, y es ahí en donde el gran Voltaire demuestra su alta calidad mundana al llamar por su propio nombre a cada una de las bajezas y artimañas humanas, en las que todos, de una manera u otra – y si fuéramos justo fuéramos - nos reconoceríamos.
Y aquí nos hallamos, acercándonos a la fiesta pagana del Rey Momo, personaje legendario de los festejos carnavalescos tanto en Europa como en América Latina, cuyas celebraciones en el presente 2021, serán encerradas en las mazmorras más alejadas del terrenal ruido; una, en la Serenísima República de Venecia, y otra en Sao Paulo, la ciudad de la negritud, cuya inmensa bahía oceánica es alcurnia a ritmo de samba con sonidos de tambores y transpiraciones de cuerpos cimbreantes recubiertos de caña azucarada, licor de Caipiriña y tabaco.
Existe una narración - “Máscaras venecianas” - construida de manera admirable por Bioy Casares, en la que hay una de las mejores descripciones de esta algarabía nacida en la edad media, en donde antifaces, desfiles, bailoteos y suntuosos banquetes, forman en conjunto el espectáculo del Rey Momo.
La ensalzada urbe de los Vénetos, cuyo nombre a partir del siglo XII recibió el titulo de República Serenísima, con sus góndolas, plazas igual a dársenas a modo la de San Marcos y emporio venerado por Thomas Mann o el cineasta Visconti, que al llegar estos días de febrero se trasforma en rezos cuaresmales y, aún así, la ciudad se vuelve pagana, bacanal, risueña y sensual.
En ella se desarrolla el filme “Muerte en Venecia” en la que el joven Tadzio, dotado de una hermosura subliminal, trastorna el espíritu y cuerpo que Mann asentó en la apasionada carne del maduro Gustav Aschenbach
Aquellas antiguas ceremonias en honor de Baco y la diosa Cibeles, o las fiestas celtas del muérdago, recubiertas de comparsas, desfiles y las más hermosas máscaras que la imaginación haya podido crear, han quedado, debido al brutal virus, en un soledad doliente, al haber vencido por vez primera en Venecia la parca.
Arlequín no será hoy el rey de la francachela, del placer mundano, ya que las palomas de la ciudad, ante el sonido permanente de las lejanas campanas, tambores, cornetas y panderos, huyen a razón de la pandemia hacia las marismas del Puerto de Malamocco, o se esconden temblorosas entre las cornisas de los palacios, cuyos estilos van del románico al véneto-bizantino, pasando, entre hornacinas, del gótico al barroco.