Las vacunaciones nos recuerdan aquella famosa frase que acuñó Pedro Pacheco: «La justicia es un cachondeo». Cambie el querido lector «justicia» por «política» y acertará de lleno.
Que la política es un cachondeo («falta de seriedad o rigor en un asunto que lo exige») no lo duda nadie; así fue, es y será, pero en tiempos de pandemia está fuera de toda sospecha.
La vacunación en Asturias de altos cargos y de liberados sindicales lo evidencia con una crudeza sarcástica.
¿Quién decide el plan de vacunación?
Los cargos de libre designación elegidos por los altos cargos: blanco y en botella.
Que muchos de los que trabajan en el hospital moqueta, como acertadamente lo denomina algún partido político, ya estén vacunados y que resten por hacerlo un montón de sanitarios que están al pie del cañón es una burla y un insulto a la democracia. Pero que se vacune a los liberados sindicales por si hubiera que activarlos para la incorporación al trabajo es una excusa estúpida e insultante y suena a pago para que no revuelvan.
¿Qué tipo de sujetos son los liberados sindicales que, ante la carencia extrema de medios, no han solicitado su reincorporación?
¿A qué espera el SESPA para llamarlos a filas?
En fin, el mundo está lleno de caraduras, incluido el fiscal general de Castellón. Increíble.
Nada de esto ocurriría si el plan de vacunación estuviera residenciado en una norma jurídica cuyo incumplimiento podría ser tributario de prevaricación y no en un papel con valor solo ético y que no permite sancionar.
En otra pista del circo, cercana a la de las vacunaciones, se desarrollan otros números altamente preocupantes. Me refiero a los que representa el Gobierno.
El maestro de ceremonias Sánchez pacta con Urkullu que la selección de fútbol vasca pueda actuar a nivel internacional. Además de llevarnos a la ruina, acabará desmembrando España.
Simultáneamente, Illa abandona el Ministerio de Sanidad en plena cresta de la pandemia y pronuncia una frase lapidaria: «No me arrepiento de nada». Este sujeto, que acumula noventa mil muertes a sus espaldas, une a su condición de pésimo gestor e irresponsable la de vanidoso y soberbio.
El efecto rebote provoca que el bailarín Iceta se haga con un ministerio que tiene entre sus funciones la ejecución de las políticas en materia de relaciones y cooperación con las comunidades autónomas, lo que en términos vulgares significa que se ha puesto al zorro a cuidar el gallinero porque, no lo olvidemos, Iceta considera que el independentismo es pacífico y democrático, es partidario del indulto, de la eliminación del delito de sedición y defiende que en España hay ocho nacionalidades.
En fin, hago un Sánchez (plagio) y reitero que «la política es un cachondeo».