España está enferma, y no solo por la COVID-19, sino también ideológicamente. Ambas enfermedades son muy preocupantes y no parece que puedan tener remedio a corto plazo.
La ideología actual es difícil de combatir porque está construida en torno a la idea de falsear la realidad en función del interés de cada momento, que desemboca en discursos que se superponen según el tiempo y el grupo social al que van dirigidos.
Son discursos contradictorios entre sí porque quien los patrocina asume la mentira como una forma de sobrevivir, consciente de que la actual sociedad narcotizada lo consiente todo: plagios, mentiras, demagogias, fariseísmos…
El otro gran problema es la pandemia y sus brotes.
Lamentablemente, quienes debieran gestionar los recursos necesarios para combatirla son los mismos que apadrinan la nefasta ideología que nos invade. Son un triunvirato que ha acreditado sobradamente su incompetencia pero que, para desgracia de todos, sigue al frente del barco a la deriva en que se ha convertido España.
Ni gestionan ni dejan gestionar. La orden de Sánchez de recurrir la decisión de Castilla y León de adelantar dos horas el toque de queda es de una bajeza moral propia de este sujeto vanidoso y de actitudes chulescas: aquí se hace lo que yo diga. Puede que le asista la razón jurídica, pero un gobierno que sistemáticamente se pasa la legalidad por el arco del triunfo utilizando subterfugios para eludirla no está legitimado para invocarla cuando de salvar vidas se trata. Pura ideología.
Lo del siniestro Illa, ministro a tiempo parcial y candidato de fin de semana, es impresentable. En plena tercera ola de la pandemia no se puede permitir que quien debe gestionarla tenga su mente puesta en Cataluña, y menos se puede permitir que comparezca como ministro con la bandera catalana o que resucite el término nación. A su currículo de peor gestor de Europa podrá unir ahora el de mayor irresponsable de la democracia.
Lo de Simón es de circo si no fuera porque está jugando con nuestra salud. De afirmar que el virus nos afectaría muy levemente, o que las mascarillas no eran necesarias, pasó ahora a decir que la cepa británica apenas iba a afectarnos.
Este sujeto endiosado con su proyección mediática de roquero trasnochado, que de presunto «científico» ha asumido con notable gusto el papel de vocero y blanqueador del Gobierno, debe ser juzgado y condenado como autor de un delito continuado contra la salud pública.
Por cierto, hay que actuar severamente contra los incumplidores, que no llegan al uno por ciento de la población, y no castigar indiscriminadamente a todo el mundo.
Crisis económica, pandemia… ¿Por qué no asumimos la tercera plaga y nos hacemos del PSOE de Sánchez? No es lícito sustraerse egoístamente a una calamidad general.