Un antiguo proverbio señala: “El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”.
Esas piedras egipcias antiquísimas nos acercan a la idea conceptual de la inmortalidad, y sin embargo, es meramente un espacio efímero, simple soplo de brisa entre cardos de bambú y extensa niebla, ya que la realidad al final del gran túnel del Universo es nacer y morir lo mismo que todo cefalópodo.
Estudiosos del concluyente argumento calculan que la edad de los humanos podrá llegar fácilmente al medio milenio en los albores del siglo XXV. No obstante, es una ley inexorable en el Cosmos que todo lo nacido fenece, desde una molécula a las vastas extensiones de galaxias.
El infinito espacio y el tiempo tal como lo conocemos, desaparecerá, y aún así, algunos astrofísicos hablan de una expansión perpetua del espacio. Es una teoría, lo mismo que el “gran estallido”, ese llamado Big Bang que lo comenzó todo, y se repetirá perpetuamente.
El cuerpo humano igualmente puede ir recambiando cada una de sus piezas y lo hace. Al presente es viable sustituir las funciones del corazón por las de un pequeño artefacto mecánico.
La inteligencia artificial será comparada a la humana. El “homo erectus”, con su pequeño cerebro de poco más de 1.500 centímetros cúbicos, se terminará uniendo en campos biológicos con cartílagos de acero o latón, y serán tan rápidas esta interconexión, que los sueños de Casio en la obra de William Shakespeare, florecerán diáfanas y trasparentes.
Un tiempo no tan lejano, gobernarán sobre el planeta y todas las galaxias, esas criaturas cuasi-divinas llamadas máquinas inteligentes, y ellas serán nosotros y nosotros ellas en una simbiosis casi divina, si así se le puede llamar para no enfadar al cielo protector.
A su vez, intentamos empujar la vida un poco más, y en eso nos hallamos ahora. Desde hace miles de años hemos estado envueltos en artilugios mentales - inventamos la teología, las matemáticas, las leyes, el estado moderno y los viajes a la luna – siendo ahora cuando comenzamos a obtener respuestas aún no muy claras de los grandes enigmas que tachonan toda la existencia.
Las grandes preguntas que nos envuelven están presentes: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adonde vamos?
Hasta los momentos solamente la religión y la filosofía nos dan explicaciones vagas que, aún ayudando a soportar el gran misterio de la subsistencia, no son conceptos y realidades contrastadas, sobre todo cuando contemplamos que los humanos somos nada más que un simple organismo sobre la playa de la evolución.
La vida sigue siendo un cerrado secreto, un arcano impenetrable ante un campo de dudas. Tenemos vagos conceptos de lo que posiblemente ha sucedido, pero nadie sabe con firme certeza cómo recomenzó todo lo que nos rodea ni cuándo exactamente.
Si algo existía al principio de los tiempos, en la edad Arcaica o Algonquiana, era arcilla, una especie de gelatina, y ahí, en esa jalea, comenzó el componente viviente del planeta Tierra, y con ella los seres humanos con todos sus anhelos, conjunciones, esperanzas, dudas, alegrías y miedos. Somos polvo resplandeciente de las estrellas.
¡Qué bello es vivir!
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