Los empleos son trabajos que proporciona una empresa. El trabajo –de los autónomos, de las pequeñas asociaciones y cooperativas, del inicio de muchas pymes- lo “busca”, halla, descubre o inventa uno mismo.
Hace 25 años las industrias, ya automatizadas en buena medida, tenían operarios que “vigilaban” cada cuatro o cinco máquinas. Hoy tienen robots. A los robots, también hace poco, los supervisaba una persona. Hoy lo hace un código de barras. La “mano de obra” es cada vez menor y reducida a actividades que, aún ya muy mecanizadas, requieren el concurso humano (destrezas y talento).
Hemos pasado en pocas décadas de un contexto rural a un contexto urbano, a un contexto digital. ¿Cómo pasar de una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía basada en el conocimiento, para procurar un desarrollo global sostenible y humano?
Hasta hace muy poco los seres humanos eran invisibles, anónimos, obedientes, sumisos, silentes. Se hallaban confinados intelectual y territorialmente en espacios muy limitados. Hoy ya no son, progresivamente, espectadores sino actores, súbditos sino ciudadanos plenos y educados que -según la insuperable definición de la UNESCO- significa ser “libres y responsables”. Pueden saber, además, inglés o química, pero esto es capacitación adicional, no educación.
Insisto en cuanto antecede porque es imprescindible, cuando nos referimos al empleo y al trabajo, saber bien que estamos ante una nueva situación, unas nuevas generaciones que requieren, conceptual y prácticamente, nuevos enfoques. Estamos iniciando una nueva era y se pretenden aplicar las mismas pautas que en el pasado.
Estos seres humanos ya pueden participar, ya pueden expresarse, ya pueden conocer lo que acaece en su entorno, cómo vive su prójimo, próximo o lejano. Ya pueden comparar, apreciar lo que tienen y apercibirse las precariedades ajenas. Pueden anticiparse, pueden prevenir…
Estos seres humanos “activos” ya no son mayoritariamente hombres. La igualdad de género –piedra angular del “nuevo comienzo” que vivimos- está avanzando de forma prodigiosa y no mimética.
El mundo en el que hoy vivimos y al que debemos, por tanto, tener en cuenta, está siendo sucesivamente des-velado, habiendo adquirido buena parte de los seres humanos una conciencia global, una ciudadanía mundial. El número de mujeres que influyen con las facultades que les son inherentes en la toma de decisiones aumenta sin cesar. Los medios digitales, bien utilizados, permiten, además de una participación democrática insólita, alcanzar la ciudadanía plena, es decir, llevar a efecto la transición esencial de súbditos a ciudadanos.
El tiempo del temor y del silencio ha concluido. Ahora todos pueden reclamar la igual dignidad y el bienestar, que sigue siendo privilegio de unos cuantos. Ya puede llevarse a cabo la transición de la fuerza a la palabra, la gran inflexión histórica.
Ahora ya pueden todos, en un gran clamor en el ciberespacio, exigir la desaparición de desigualdades lacerantes, contrarrestar las arbitrariedades del “gran dominio” (militar, energético, financiero y mediático…). Ahora ya pueden recoger millones de firmas en favor de la transición de una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz.
Ahora ya es posible, alzar la voz, contribuir a una democracia –el único contexto en que los derechos humanos se ejercen plenamente- a escala mundial. Una democracia que se inspire en la imaginación juvenil y la experiencia propia de la longevidad, gran logro inexplorado del progreso de la ciencia.
Sí, grandes clamores, presenciales y digitales, para que los mercados se subordinen a la justicia social y no vuelvan a producirse nunca más vergüenzas como la de haber designado gobiernos sin urnas en la misma cuna de la democracia. Para que, superando el cortoplacismo y la obcecación de intereses inmediatos, la humanidad cumpla con su supremo compromiso intergeneracional, y se ocupe de la habitabilidad de la Tierra, del medio ambiente, de la calidad de vida para todos.
Poder ciudadano, voz y grito en favor del 80% de la humanidad que nunca ha podido hallar albergue en el barrio próspero de la aldea global. “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto construir la paz para evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”… y el horror del planeta Tierra desvencijado… Reaccionemos. Los grandes desafíos para el por-venir que está por-hacer son la igual dignidad -¡compartir!- y el medio ambiente.
“Nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va”, dice un refrán marinero que me gusta repetir. ¿A dónde vamos? ¿En qué direcciones se va a paliar el paro?
En nuestro caso, debería formularse un “plan España” que permitiera convertirnos, en muy pocos años, en la “California de Europa” e incrementar el número de visitantes en atenciones y servicios personalizados; aumentar el número de segundas residencias propias en un país que consta de una península y dos archipiélagos; unos servicios de salud que faciliten esta gran afluencia y, como sucede en California, convertirnos en un espacio privilegiado de I+D+i, lo que facilitaría, así mismo, una oportuna “relocalización industrial”.
Ya estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que era necesario cambiar de prioridades y favorecer transformaciones sustanciales en las tendencias que, de alguna manera, nos estaban llevando a puntos de no retorno. La pandemia no ha hecho más que evidenciar aún más la necesidad de cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos sus habitantes, y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna.
Ahora, después de haber vivido un confinamiento a escala planetaria totalmente inesperado hace unos meses, es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a escala colectiva, pero sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave situación antes de que sea demasiado tarde. Es imprescindible, a este respecto, situar todo lo relativo a la “inteligencia artificial” en su sitio. Siempre debe prevalecer el ser humano sobre la máquina, lo natural sobre lo artificial.
Para hacer posible cuanto antes este plan, la comunidad académica, científica, artística, creadora, en suma, debería tener un papel crucial ya que, hasta el momento, las decisiones de parlamentos y gobiernos se adoptan más en virtud de las opiniones de los “lobistas” que del conocimiento. Y así van las cosas.
Una nueva era. “Un nuevo comienzo”, como preconiza la “Carta de la Tierra”. Y actuemos.