Desde la asociación APIAA queremos manifestar nuestro malestar por el tratamiento mediático y la gestión que se ha hecho en relación con el hallazgo de unas piezas arqueológicas por parte de unos aficionados al uso de detectores de metales en el concejo de Ribadesella. En primer lugar, se trata de una práctica que está muy alejada de la Arqueología y de lo que significa ser arqueólogo hoy en día.
La exhumación de un objeto arqueológico, cuando no se realiza en el marco de un proyecto de investigación arqueológica autorizado con todas las garantías que establece la ley, destruye la información que puede ofrecer su contexto estratigráfico. De hecho, es una forma de proceder que se acerca mucho más al furtivismo e incluso al delito de expolio.
En consonancia con esto, este tipo de noticias deberían incluir siempre una clara crítica que deje claro cómo se ha destruido información muy valiosa sobre nuestro pasado, esto es, el contexto arqueológico de esas piezas, un pasado que nos pertenece a todos, y que debe estudiarse con todo el rigor científico que la Arqueología permite hoy en día.
Por último, queremos recordar a los profesionales que se hacen eco de estas noticias y que parecen blanquear este tipo de hechos tan desafortunados con sus estudios, publicaciones y apariciones en los medios de comunicación, que siempre deben hacer hincapié en que el uso de detectores de metales por parte de aficionados es muy perjudicial para el patrimonio, en vez de dar lugar a equívocos que parecen querer fomentar estos usos.
Dar cabida a esta moda de los detectores de metales es algo profundamente negativo para el patrimonio cultural. Estos aficionados son una versión actualizada de la figura del ayalgueiro y dar valor en los medios de comunicación a los «buscadores de tesoros» es un ataque directo contra la conservación del patrimonio. Son prácticas superadas y contrarias a la consideración de estas piezas como bienes de dominio público.
El Museo Arqueológico de Asturias está lleno de piezas localizadas por eruditos y aficionados a la historia desde el siglo XIX que, lejos de desvelar todo lo que podrían sobre nuestro pasado tras haber sido descontextualizadas, son un fiel reflejo de prácticas furtivas, las cuales hoy en día son inadmisibles. Resulta inaudito que desde los ámbitos profesionales o desde la administración se caigan en concesiones que parecen acoger e incluso fomentar este tipo de sucesos, en vez de impulsar su regulación o acciones educativas que los minimicen