Nuestra conciencia reflexiva nos dice que somos herederos de las estrellas y necesitamos escarbar esa esperanza trascendental para conocer nuestro lugar en el inmenso Universo.
La avidez es retornar a partir hacia los confines del Cosmos, donde un día lejano - hace la friolera de 15 mil millones de años - en el instante del Big Bang, comenzamos nuestra singladura por los colindes de la vida.
En estos momentos la nave “Voyager I” – Viajero -, lanzada por la Nasa hace más de 30 años, se encuentra 17 mil millones de kilómetros de la tierra, una distancia enorme para nuestra raza, pero un soplo insignificante en el tiempo del firmamento.
El desaparecido Carl Sagan, padre de la idea, lo expresó en su momento: “Esta es la época en que los hombres han comenzando a navegar por los mares del espacio”.
El bajel espacial transporta una grabación de oro con saludos en 55 idiomas y música de todos los sonidos, incluido Wolfgang Amadeus Mozart, además de material audiovisual sobre nuestra existencia. Todo por si en el largo camino se cruza con algún extraterrestre o peregrino interestelar, y deseara indagar sobre la eterna pregunta que cualquier ser inteligente se haría ante otros seres del espacio: ¿Quiénes son? ¿De dónde llegan? ¿Por qué están aquí? ¿Hacia adonde van?
Nuestro sentido de supervivencia no dice que no podemos estar solos en la superficie inconmensurable, hay otros mundos habitados y nuestro pequeño planeta azul es solamente un vivero entre millones de ellos.
Una vez fuera de la tierra anhelamos que hayan ojos para mirar, manos que se toquen, corazones sonando al unísono y labios que expresen el sentido del amor, la pasión o el bisbiseo del alma.
Lo enunció John Wilkins hace más de cuatrocientos años, cuando escribió en su obra “El descubrimiento de un mundo en la luna”:
“En las primeras edades del mundo, los habitantes de una isla cualquiera se consideraban los únicos miembros de la Tierra, o en caso de que hubiera otros, no podían concebir que llegaran nuca a encontrarse, por estar separados por el profundo y ancho mar”.
El filósofo griego Metrodoro de Escepsis, se negaba a considerar la heredad como el único mundo poblado en el espacio infinito: “Es tan absurdo – aseveraba - como afirmar que en todo un campo sembrado de mijo, sólo crecerá un grano.”
Sabemos que arriba y debajo de nosotros, existen trillones de galaxias formadas por miles de millones de estrellas - un infinito inalcanzable para la mente humana – que nos descubren la grandeza de la inmensidad del espacio. Por ello hay que ir ahí, ese es nuestro destino.
Y en eso estamos. Hemos avanzados considerablemente. Cada vez se descubre más espacio del universo y, ante ello, sin dudarlo, la raza humana no cejará hasta saber con refulgencia nuestra presencia, aunque sea minúscula, en el extenso firmamento.