“Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos. La cuestión es -insistió Alicia- si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión es –zanjó Humpty Dumpty- saber quién es el que manda…, eso es todo.” (Lewis Carroll, Alicia a través del espejo)
No es la primera vez que Donald Trump se presenta como candidato al Premio Nobel de la Paz. Es la segunda. La primera fue en febrero de 2019. La excusa de entonces fue “por los avances en la península de Corea”. La actual excusa es por la consecución del acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos.
Trump está tan envidioso de que Obama recibiera el Premio Nobel de la Paz en 2009 -durante el mandato de Obama no hubo ni un solo día en que Estados Unidos no estuviera manteniendo alguna guerra o agresión militar a lo largo y ancho del planeta- que está seguro de que tiene tantos méritos de “paz” como Obama para proponerse al Premio.
Sus méritos desde luego son comparables o quizá más destacables que los de Obama. Sigue manteniendo, sin descanso, guerras y agresiones militares por todo el mundo, con más de 200.000 militares distribuidos en el extranjero -en 180 países y territorios de la Tierra- y ha dado continuidad a las intervenciones armadas en Afganistán e Irak, también ha iniciado la guerra en Siria, además de sostener activamente las de Yemen, Somalia, Libia y Níger.
Pero lo que desborda su copa de la “paz” es su agresiva actuación contra China, azuzando a todos los países vecinos para generar conflictos fronterizos o de aguas territoriales, como con India, Filipinas, Japón, Corea del Sur, Indonesia, Malasia y Vietnam. Y en plena pandemia ha desplegado tres portaaviones en maniobras militares por los mares circundantes de China, favoreciendo además la extensión del virus entre sus bases navales instaladas en varios de esos países.
Trump se ha convertido de esta manera en el adalid de la “paz” en Asia Pacífico… y en el resto del mundo.
Mil muertos haciendo
señales de humo
y un iroqués reclamando
el imperio en su ocaso
Eduardo Madroñal Pedraza