No creo que nadie pueda poner en duda que el fútbol es un fenómeno social de primer orden. Ha sido utilizado por todos los regímenes políticos –especialmente por las dictaduras- para distraer al pueblo y hacerlo olvidar la cruda realidad. Los que ya acumulamos algunos años, recordamos que en tiempos de Franco un duelo Madrid-Barcelona operaba los mismos efectos que una anestesia general.
Este espectáculo mueve muchos millones y los futbolistas estrella son objeto de reconocimiento y hasta de seguimiento en su estética (yo diría antiestética) forma de vestir, corte de pelo, tatuajes… en fin, en todos los signos externos.
Mientras trabajo suelo tener puesta la televisión que me sirve como acompañamiento de fondo, aunque no suelo prestarle mucha atención. El pasado martes fue distinto. A eso de las 19:30 horas, algo cambió en el magazine que tenía conectado: primero, una interrupción brusca de la programación; después, un cambio en el tono de voz de la presentadora y, por último, la noticia bomba: Messi abandona el Barcelona.
La COVID, el gravísimo problema de los okupas, las tremendas noticias económicas antesala del paro brutal que nos acecha, el retorno de las vacaciones del Presidente más nefasto de la historia de España que ha hecho del lavado de manos su seña de identidad, todo pasó a un segundo plano.
Un sujeto que gana cincuenta millones de euros netos al año por darle patadas a un balón -eso sí, con mucha precisión-, que a duras penas sabe hablar, que continuamente está apelando a su papá que, además, defraudó a Hacienda, pasa a ser el gran problema de la sociedad española y a convertirse en noticia mundial que eclipsa cualquier otro acontecimiento por grave y problemático que resulte.
Es más, algún periodista ha llegado a decir que era la noticia de la década, y algún medio se lamentaba que en los tres últimos años España había perdido tres grandes personajes: Cristiano Ronaldo, Neymar y, ahora, Messi.
Ver para creer. Lo cierto es que el mundo del fútbol o mejor, el submundo del fútbol, encierra pasiones, muchas veces descontroladas, y actúa como revulsivo y aglutinador de emociones personales como argamasa de sentimientos y como elemento unificador de voluntades cuando de la selección española se trata.
En lo que atañe a los futbolistas, en su mayor parte provienen de la clase baja de la sociedad y ello justifica, quizás, lo horteras que son, preocupados siempre por hacer ostentación de su riqueza con vehículos caros, con tatuajes excesivos, con ropa estridente y sin gusto. Eso sí, todos exhiben mujeres impresionantes: ¿será por el dinero?
En fin, un hortera analfabeto y defraudador de hacienda nos abandona y eso nos convulsiona.
Sigamos comiendo mierda, millones de moscas nunca se equivocan.