Tenemos dos serios problemas, uno sanitario y otro institucional.
Los dos tienen mala solución: el sanitario, porque está poniendo a prueba el sentido común de la ciudadanía y el resultado no es muy satisfactorio; el institucional, porque fue un golpe bajo que nadie podía sospechar y ha difuminado el crédito de quien creíamos el artífice de nuestra democracia.
Los dos son preocupantes, aunque el sanitario tiene la ventaja de que la solución depende de nosotros, mientras que el institucional se nos fue de las manos y son tantos los factores y las fuerzas entremezcladas que el final es incierto.
Escribí en su día que el contrapeso a la inviolabilidad –tremendo privilegio que supone una exención total de responsabilidad- debía de ser un compromiso de ejemplaridad, que parece que no se dio. Aunque estamos concediendo credibilidad al testimonio de una «ex» y de un presunto delincuente y, sin que exista imputación alguna, ya hemos dictado sentencia condenatoria.
El caso –salvando las distancias- guarda similitudes con el del expresidente francés Hollande, cuya esposa Valérie Triearweiler, al verse rechazada noche tras noche porque su marido ya había tenido su ración con la actriz Julie Gayet, desveló en su libro «Merci pour ce moment» intimidades y secretos de alcoba que no dejaron en buen lugar al infiel.
Cierto que en Europa hacer públicas las preferencias sexuales, por extravagantes que sean, hacen ganar votos. El problema del Emérito no es el adulterio, sino el mercadeo dinerario que montó para alimentarlo.
Todos nos sentimos defraudados porque, aunque sea verdad la centésima parte de lo que se publica, la realidad es desoladora.
Pero pongamos las cosas en su sitio. El Emérito no ha huido. Al día de hoy el único responsable político huido de la justicia es Puigdemont.
Su pecado es un pecado de amor y ya dijo Cervantes que «El amor ciega los ojos del entendimiento». Soy más permisivo con este tipo de pecados que con los de los políticos que roban o usan el dinero público para perpetuarse en el cargo.
El debate Monarquía-República, que es el que en el fondo subyace, no tiene un pase. Objetivamente hablando es más neutra la Monarquía que la República. Un rey, precisamente por no ser elegido democráticamente se sitúa por encima y al margen de cualquier controversia política, virtud que no alcanza el presidente de la República.
El aspecto económico no tiene discusión, además del montaje y la parafernalia, los ex Presidentes tienen privilegios vitalicios.En fin, debemos tener una cosa clara, cualquier acontecimiento que incite a los que siembran el odio, a nacionalistas, separatistas y podemitas a brindar con champán, debiera de ser motivo de preocupación para la gente de bien.