El iconoclasta Normal Mailer nos ha dejado en sus libros un permanente aguijón envenenado contra el poder establecido.
Padre del llamado “nuevo periodismo” mucho antes de que lo reinventara Tom Wolfe, en una recopilación de sus grandes reportajes periodísticos con el nombre de “América”, desnuda, al tras luz de una palmatoria unos reseñas humanas golpe a golpe.
Niño judío nacido en Brooklyn, nada en su biografía apuntaba hacia el periodismo ni la literatura, olvidándonos cara a ello de algo esencia: la existencia posee caminos bifurcados que le empujan hacia puertas insospechadas.
El libro es híbrido, usa la técnica de la novela para hacer un reporterismo asombroso, destacando la reseña del mítico combate en Zaire entre Muhammad Ali y George Foreman, donde hay mucho de sus vivencias como boxeador aficionado en extraños combates con Francis Scott Fitzgerald y Hemingway.
El lugar en que Mailer parece sentirse a gusto se llama política, y eso sucedió cuando fue enviado a cubrir la convención demócrata de 1960 con un John F. Kennedy virtuoso saliendo de la espuma que moldea la gloria.
¿Son reportajes o memorias? Ambas cosas. En algunos momento es el reportero, otras el escribidor, aún siempre el acucioso indagador más allá de los hechos o sucesos concisos
André Malraux, el de las “Antimemorias”, discrepaba cuando se preguntaba: ¿Qué libros merecen ser escritos, excepto las memorias? Muchos, por ejemplo “El Quijote” o “El rey Lear”. Ante todo La Biblia, al ser el compendio de los cien mil libros de Dios.
Gabriel García Márquez, el más universal de los escritores latinoamericanos después de Jorge Luis Borges – en mi privada opinión -, al presentar el primer volumen de sus memorias con el titulo “Vivir para contarlo”, dijo haber había pincelado su vida de escritor con escobillas de periodismo y la fuerza de un extraño don interior.
En Bahía de Todos los Santos, cuan del realismo mágico, el sumo sacerdote de esa religión de árboles creciendo en el aire y mujeres pariendo entre hojarascas de plátano, Jorge Amado, con el pelo blanco y la comisura de un babalao, solía decir entre taza de café boca abajo, velas retorcidas, tabaco negro bañado en ron, que si un escritor nace sin el “don” de nada valdrá esforzarse.
Se sigue comentando que el Gabo es fruto de WIilliam Faulkner. Quizás sea posible. Uno es un poco de todo lo que en la vida le ha precedido, bueno o malo, ya que nadie es una isla en sí mismo, como nos recuerda Hemingway en “Por quién doblan las campanas”, usando una frase del clérigo inglés John Donne.
Norman Mailer, al final de su larga experiencia no fue un islote, tampoco lo intentó, al ser simple mente un hombre de profesión y oficio hasta el final de su existencia.
Y así, en esta recopilación de artículos repletos de vivencias – permisiblemente menores que en sus novelas, aún siendo un portentoso prosista – sentimos y revolvemos que los Estados Unidos deben dar gracias al cielo bienhechor por haber tenido una conciencia que le puye y le saca de su adormecido entumecimiento.