Han trascurrido milenios de evolución y nuestros temores continúan siendo los mismos desde el alba primogénita en que nació la primera ameba en medio de una sopa de aminoácidos.
Los arcanos de nuestros orígenes muestran que desde el instante del Big Bang, cuando empezó a nacer la luz, el tiempo, el espacio con galaxias saturadas de millones de estrellas y planetas, hasta llegar al ser humano, surgió otro enigma inconmensurable: de donde venimos, qué somos y hacia adónde nos dirigimos.
Y en medio de ese misterio se yergue la única realidad certera: nuestra inexorable muerte.
La vida tuvo un principio cuando una pequeña ameba se vio obligada a buscar bacterias para alimentarse y comenzar el ciclo de los primeros organismos multicelulares, esos que forjaron la vida tal como la conocemos.
Nosotros realizaremos el mismo recorrido marcado por el destino, y no es otro que el éxodo a las estrellas desde nuestra pequeña chalupa azul.
En la “La historia más bella del mundo”, uno de sus autores afirma que la humanidad tal como la conocemos se puede extinguir “sin que por ello desaparezca totalmente la vida”. Los insectos, por ejemplo, son mucho más resistentes. Los escorpiones pueden vivir con una tasa de radioactividad, desarrollar inteligencia y redescubrir la tecnología.
Las hormigas han poblado la Tierra durante más de diez millones de años. Los pequeños insectos apenas han evolucionado en todos esa inmensidad de tiempo. Nosotros hemos experimentado, al decir de Bert Hölldobler y Edward O. Wilson, “la trasformación más compleja y rápida de la historia de la vida. Somos la primera especie que se ha convertido en una fuerza geofísica, al alterar y demoler ecosistemas y perturbar el clima mismo del mundo”.
Si desapareciera la humanidad, se recuperaría de nuevo la vida sobre el planeta y del humano no quedaría ni una brizna. Descendemos de las bacterias pero también de las galaxias, es decir, del espíritu de Dios el cual nos ha dado el don de la vida, aunque nos pasamos la existencia haciendo esfuerzos titánicos para autodestruirnos.
Es indudable: somos briznas al viento de la supervivencia. Gotas insignificantes, pequeños seres con cualidades sobrehumanas que nos ayudará a abrirnos camino sobre las rutas de la enormidad del espacio.
No tengamos miedo, nos dice la brisa de la tarde enternecida: de las estrellas hemos venido y hacia ellas vamos. Regresaremos al encuentro de lo perdurable que nos espera.