8-M

Decía Bertolt Brecht que «Muchos jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia». ¿Es acreedora de esta máxima la magistrada Rodríguez-Medel?

 

Eran muchas las expectativas depositadas en esta señora desde el momento en que decidió imputar por prevaricación al Delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco Pardo, expectativas que se acrecentaron a partir del informe elaborado por la Guardia Civil y que adquirieron tintes exponenciales tras el emitido por el médico forense. 

 

Todo hacía pensar que Franco iba a ser el cabeza de turco sobre el que caería todo el peso de la ley por la temeridad de haber autorizado la manifestación del 8-M. Además de las pruebas documentales, las testificales, inicialmente, no se quedaban atrás. Parecía que se iba cumplir la máxima de Hobbes «Todos los jueces, soberanos y subordinados, cuando rehúsan escuchar pruebas, rehúsan hacer justicia». 

 

Pero no fue así. Rodríguez-Medel se arrugó. ¿Por qué?

 

Solo hay dos motivos: o bien porque consideró que no existían razones jurídicas de peso para juzgar a Franco, o bien porque no soportó la presión mediática de los medios afines al Gobierno que la tildaron de fascista. 

 

Si con los informes de la Guardia Civil y del forense no apreció la existencia de motivos para continuar el procedimiento, no se entiende por qué lo inició. Actuó por impulso, quizá para ganarse el favor popular, pero no tuvo agallas para continuar porque el final estaba cantado. 

 

Eso sí, consiguió pasar de fascista a ser una juez ejemplar.¿Qué papel tuvo Franco en la manifestación del 8-M?

 

¿Era culpable? Porque, si lo era, «la absolución del culpable es la condena del juez»

 

.No lo era, al menos no para merecer responsabilidades penales; si acaso, políticas, pero estas se dirimen en el Parlamento y en las urnas, no en los tribunales. 

 

A Rodríguez-Medel se le puede reprochar que haya dictado un auto de los que yo denomino «Así pues», es decir, una resolución judicial –también vale para las sentencias– que, tras unos antecedentes que hacen presagiar una condena segura, se sale por los cerros de Úbeda y, tras tirar de la fórmula «Así pues», nos sorprende a todos al dictaminar exactamente lo contrario a lo que hacía presagiar la argumentación.

 

«No es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo». A quien fíe la caída de este Gobierno a la actuación de los jueces le auguro muchos disgustos. En lo que podíamos denominar sector conservador de la judicatura, nadie se mojará, sus resoluciones serán marchenadas y, por encima de la alta función de juzgar, se situará la carrera profesional.

 

A este Gobierno lo derrotará la economía.

 

Lo dice el Talmud (código de los eruditos hebreos): «Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados».



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