Ayuso, Calvo y los pijos

El denominado efecto Dunning-Kruger describe a aquellas personas que, a pesar de su bajo nivel intelectual y cultural, tienden a pensar que saben más de lo que saben y a considerarse más inteligentes de lo que son. Es la consabida relación entre estupidez y vanidad que padecen todos los que feroz y contumazmente atacan a Ayuso.

 

La Presidenta de la Comunidad de Madrid es de aspecto frágil y tímido, pero sabe defenderse con educación no exenta de contundencia.

 

El episodio del alquiler de un apartamento que pagará de su bolsillo no tendría un pase si no fuera porque tiene al enemigo en casa. Siempre dije que un juez incompetente, un funcionario infiel y un político sectario pueden amargarle la vida a cualquiera. 

 

Para aclarar este entuerto, Ayuso abrió una investigación interna. Poco hay que averiguar. Quien colgó en el portal de transparencia el inexistente contrato que la relacionaba con Kike Sarasola –dueño del apartamento controvertido– el tiempo justo para que un periodista apesebrado tomara buena nota, haciéndolo desaparecer acto seguido, dejó huella, y el rastro conducirá inexorablemente al autor. 

 

Cs pasó de ser un partido amable, que decía todo lo que queríamos oír, a convertirse en un partido sin rumbo, peligroso, molesto. No encuentro una sola razón para votarlo, y ello sin dejar de reconocer el papel de Arrimadas en Cataluña.

 

Si los partidos sectarios y los medios adecuadamente lubricados critican a Ayuso, silencian sepulcralmente la conducta de la Vicepresidenta del Gobierno Calvo, que, pese a tener un piso de su propiedad en Madrid, ha pasado el confinamiento en uno de lujo de titularidad pública; eso sí, después de curarse de su contagio arrastrado desde la manifestación del 8M en la elitista, cara y privada Clínica Ruber, y eso que tenemos la mejor sanidad pública del mundo. 

 

Del nivel cultural de Calvo da fe la anécdota de la que se hicieron eco los últimos días los medios de comunicación protagonizada con Cayetana Álvarez de Toledo, reproducción de la que ya habían tenido años atrás el ministro de Franco José Solís y el diputado Muñoz Alonso.

 

Solís era del pueblo de Cabra, al igual que Calvo, y ambos ponían en duda la utilidad del latín. Para reafirmar la necesidad de esta lengua, Muñoz Alonso, en su momento, y Cayetana, ahora, les recordaban que el latín servía para que el gentilicio de Cabra fuera egabrense y no otra cosa más fea (cabrones).

 

La mente y el corazón me inclinan a posicionarme con Ayuso porque nadie simpatiza con los abusones y, apelando al lenguaje de los pijos, calificativo usado para referirse a los manifestantes del barrio de Salamanca, digo: Ayuso, eres divina, la supermilk, te lo juro por Snoopy.



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