Criticar es fácil. Quienes tenemos la oportunidad de hacerlo debemos medir el alcance de nuestras censuras. Cada día reflexiono sobre lo que hice mal y sobre lo que puedo mejorar. Lo hago, no desde un punto de vista religioso, sino desde la ética. Y con la misma frecuencia, y desde ese prisma, me reafirmo en la idea de que reprobar la actuación de este Gobierno es una cuestión de interés público, una obligación para con la sociedad.
Pero, a veces, la crítica debemos extenderla a quienes lo jalean, exhortan, alientan o animan.
Y este el caso del llamado «Padre» Ángel, asturiano, natural de Mieres del Camino, quien, ni corto ni perezoso, ha pedido el Premio Princesa de Asturias para los sanitarios y para el Gobierno.
Reconozco que al «Padre» Ángel le tenía aprecio y simpatía. Fundador de la ONG Mensajeros de la Paz y preocupado por los necesitados, merece un reconocimiento.
He de confesar, sin embargo, que cuando a instancia de mi hija - entusiasta de la cocina étnica- nos hicimos asiduos visitantes del barrio de Chueca y tuve la ocasión de conocer la Iglesia de San Antón, comenzaron a aflorar sentimientos encontrados.
La Iglesia en cuestión tiene un dudoso grado de salubridad, el olor es apestoso, es refugio de drogadictos y de la pequeña delincuencia que tiene atemorizados a los vecinos de la calle Hortaleza.
Resulta difícil entender cómo un lugar de estas características puede continuar abierto. En fin, seguro que todos tenemos en nuestras vidas luces y sombras y que, a ojos de los demás, pocos pasaríamos la prueba del algodón. Normal y asumible.
Pero lo que resulta escandaloso es que este señor se nos descuelgue ahora pidiendo el Premio Princesa de Asturias para el peor Gobierno de la historia de España, para el que más muertos acumula del mundo, para el que engaña, para el que facilita cifras falsas y después las usa como fuente, para el que abandona a los ancianos a su suerte, para el que hurta los EPI a quienes están más expuestos al virus. Patrocinar esta propuesta es propio de un aprovechategui, de un insensible o de una persona con inquietantes síntomas de alzhéimer.
Colocar al Gobierno al mismo nivel que a los sanitarios es mezclar al verdugo con las víctimas, al villano con los héroes. Es un insulto a la razón, a la justicia y al sentido común.
Yo, de momento, le retiro el tratamiento de «Padre» y no lo hago por despecho, sino por aplicación del Mateo 23 DHH: «No llamen ustedes padre a nadie en la tierra, porque tienen solamente un Padre: el que está en el cielo».
Ángel, si sabe caminar, por qué gatea.