Un gasto superfluo

No se piden milagros ante esta pesadilla desconocida y de gran magnitud. Solo se pide previsión, sensatez, planificación, rigor y eficacia. La finalidad última del Real Decreto que declara el estado de alarma era, además del confinamiento, la centralización de las decisiones. En particular, al artículo 13 del mismo establece que el Ministro de Sanidad «asegurará el abastecimiento de los productos necesarios para la protección de la salud».

Esto así, la no disponibilidad de equipos de protección es una responsabilidad imputable con carácter único al inútil Illa, que hasta compró test no homologados. ¿En qué cabeza cabe que un Ministerio que hace 36 años que no ejerce competencia alguna en materia de protección de la salud puede centralizar estas competencias? ¿Tiene equipo y medios para ello? Indudablemente, no. Han tenido que restituir a las CCAA las facultades usurpadas.

Pero la responsabilidad de este Gobierno de incompetentes, que hasta ahora vivía de la propaganda, es de presente, lo será de futuro, pero, también, lo es de pasado. Comienza con la autorización de la manifestación del 8-M cuando ya sabía lo que iba a pasar desde el mes de enero y fehacientemente desde el 2 de febrero, según confesión del Ministro Duque, que aún sigue en la luna y quizá, por ello, todavía no se contagió de la enfermedad de mentir que aqueja al resto del ejecutivo.

¿Cuántos infectados ocasionó la referida manifestación? Como mínimo, los de la primera plana de la pancarta.

¿Cuántos muertos? Silencio absoluto.

Para intentar zafarse de las indudables responsabilidades penales que les llegarán a alcanzar, no solo por la inexistencia de equipos anticontagio cuya provisión les corresponde, sino por la temeridad de autorizar el 8-M, en el escrito que dirigen a la OTAN en petición de ayuda fijan la fecha de inicio de la pandemia en el 9 de marzo. Vergonzoso.

Para la adquisición de equipos no hay prisa, pero, para reactivar los indultos, sí. ¿A quién pretenden beneficiar? Todos los sabemos. Vomitivo.

Tampoco hay prisa para solucionar el penoso estado de las residencias, sometiéndonos a la tortura diaria de ver y oír en qué condiciones se mueren quienes con su esfuerzo construyeron la sociedad que disfrutamos. Las residencias deben dejar de ser almacenes de viajeros al otro mundo para convertirse en hogares.

Qué gran ejemplo de disciplina, de servicio, de eficacia, de diligencia, de sacrifico, de solidaridad, nos están ofreciendo el Ejército y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cuyo gasto, lejos de ser superfluo, es imprescindible.

Nos estamos jugando la vida mientras nuestro Presidente se dedica a cultivar la vanidad, la altivez y la arrogancia.

La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente.    



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