Aunque ya era evidente que estuviera ocurriendo en nuestro país, en los últimos días estamos recibiendo información directa de los profesionales de la sanidad que están trabajando en la primera línea desde que estalló la pandemia de la COVID-19.
Hoy se puede leer en "La Nueva España" una entrevista con la oncóloga asturiana, Aída Piedra, residente en el Hospital de la Santa Creu i San Pau de Barcelona. Yendo a lo concreto, podemos extraer de sus respuestas dos afirmaciones: "Las UCI están desbordadas, nos vemos obligadas a elegir pacientes" o "Hay camas, pero, por ejemplo, si hay cinco disponibles y diez personas la necesitan, el mayor no la ocupa". Hay que recordar que la cama de UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) es la que esta suficientemente equipada -respiradores incluidos- para poder luchar contra la enfermedad.
En nuestra vida se nos había pasado por la imaginación, teniendo en cuenta la excelente sanidad pública de la que siempre disfrutamos en España, que estén muriendo compatriotas -muchos de los mil de cada día- por falta de medios -en estos casos por falta de máquinas para la respiración-, y que, además, se esté condenando a morir, sin ayuda o acompañamiento de familiares, por la edad u otras circunstancias aleatorias.
De los polvos levantados por la crisis económica provocada en el 2008 por el sistema financiero -de la cual no habíamos salido- a los lodos que nos acechan a todos. A las personas mayores, sobre todo.