Son muchos los lectores que me hacen llegar semanalmente sus comentarios a mis artículos, quizá porque recogen lo que piensan muchas personas de bien que no gozan de la oportunidad de expresarse y que ven reflejadas en mis reflexiones sus puntos de vista sobre los males políticos que nos aquejan.
Son comentarios variados y reconfortantes que me animan a seguir en esta línea de compromiso con la verdad y en defensa del interés público.
A propósito del publicado la pasada semana, titulado «Un Presidente amoral al borde de la legalidad», un lector me aclara que por supuesto que los personajes citados en el artículo en cuestión tienen moral porque, según él, cada tribu y cada persona tiene su propia moral; lo que ocurre que no coincide con la mía, y por eso no me gustan y me meto con ellos. Sigue afirmando que la ética es otra cosa (no aclara qué cosa), pero esa jamás me llevaría a ocupar el gobierno.
Esta glosa contiene en sí misma una confusión que es preciso aclarar para entender correctamente el artículo a que se refiere y dejar claro por qué entiendo que Sánchez es un presidente amoral.Es cierto que etimológicamente ética y moral tienen el mismo significado, pues ambos términos (el primero, derivado del griego «ethos», y el segundo, del latín «mos») significan hábito o costumbre, pero no lo es menos que, a pesar de que en lenguaje coloquial se usan indistintamente, han evolucionado diferenciadamente. Sin entrar en las distintas posiciones filosóficas que tratan de fundamentar sus disimilitudes, podemos resumir diciendo que la ética es individual, por más que haya códigos éticos que afectan a colectivos (jueces, funcionarios, partidos), y la moral es colectiva. Podemos elegir la ética, pero no podemos elegir la moral; tan solo asumirla porque tiene que ver con las normas imperantes en nuestro grupo social.
La moral tiene una base social, es un conjunto de normas establecidas en el seno de una sociedad, mientras la ética surge de nuestro interior, como resultado de nuestra propia reflexión.
De ahí que afirme sin matiz alguno que nuestro presidente es amoral, porque en nuestra sociedad todavía no es admisible mentir, plagiar, poner en riesgo la estabilidad del Estado para mantenerse en el poder, negociar con delincuentes y un largo etcétera de todos conocido. Su ética seguro que deja mucho que desear.
Si admitimos que, al momento presente, actuar como viene haciéndolo Sánchez se acomoda a la moral de nuestra sociedad, estaríamos admitiendo que vivimos en una sociedad corrompida, sin valores y abocada al fracaso.
La moral es como un vaso: si no está limpio, ensuciará todo lo que se eche en él (Horacio).