Pedro V el embustero

Luis XIV es recordado por la frase «el Estado soy yo», expresión que sintetiza el absolutismo monárquico, cuya característica medular era la inexistencia de división de poderes, que monopolizaba, ostentaba y ejercía a su libre albedrío el rey.

Montesquieu, a quien se considera padre de la división de poderes, estableció tres, el legislativo, el ejecutivo y el judicial con la finalidad de que cada uno vigilase, controlase y frenara los excesos de los otros para impedir que alguno de ellos se impusiera sobre los demás. Esa es la esencia del Estado de derecho.

Aunque la historia no es mi fuerte, si la memoria no me falla, hubo cuatro reyes con el nombre de Pedro: Pedro I el Cruel, Pedro II el Católico, Pedro III el Grande y Pedro IV el Ceremonioso.

Toca ahora entronizar al Pedro V el Embustero, que nos retrotrae a los tiempos gloriosos de la monarquía absoluta.

Sobre el apodo, las explicaciones sobran.

En efecto, Pedro V el Embustero ha eliminado de un plumazo la separación de poderes y asume con mano de hierro todo el poder a través de amanuenses que no dudarán en ejecutar sus órdenes ciegamente. Ha ido más allá de lo imaginable. La cabeza visible del poder legislativo es la pareja de quien detenta la dirección del poder judicial, que, a su vez, depende directamente de quien ostenta el poder ejecutivo: un «totum revolutum» en el que no falta de nada, incluso ministros que forman pareja entre sí, al más puro estilo de los regímenes totalitarios sudamericanos.

Por cierto, ¿qué opinarán los militantes de Podemos al comprobar que todo su esfuerzo en las calles ha servido para que la pareja en cuestión tenga definitivamente despejado su horizonte financiero? Alguno de ellos igual sigue creyendo en el comunismo. Pobres pardillos.

Qué decir de Garzón, que ha vendido su alma por un plato de lentejas. Mucho despotricar contra el Monarca, al que en numerosas ocasiones se dirigió despectivamente, pero se arrugó a la hora de tomar posesión del cargo de ministro y prometió «lealtad al Rey». Formar parte de la casta no tiene precio, y las convicciones y la coherencia ceden.

Pero donde Pedro V el Embustero dio un salto mortal con triple pirueta fue con el nombramiento de la Fiscal General del Estado. No pudo hacer mayor demostración de poder absoluto; no pudo patentizar del modo más ostensible que «el Estado soy yo». Cuando aún era Ministra de Justicia, ya la estaba proponiendo para Fiscal General del Estado y dinamitando la independencia de este órgano. La nombrada hizo campaña con el PSOE, por lo que está contaminada por un sesgo político y por un sectarismo innegable. A mayor abundamiento, siempre la perseguirá para su indignidad, el eco de sus conversaciones con Villarejo. Llamó maricón a Marlaska y, siendo cierto que lo es en sentido malsonante, parece que ese no es un vocabulario progresista, como tampoco lo es afirmar que la información vaginal es éxito seguro o silenciar los presuntos delitos de corrupción de menores cometidos por jueces y fiscales del Tribunal Supremo cuando acudieron a unas jornadas en Colombia, según afirmaba en las referidas conversaciones.

Con estos precedentes, ¿es la nombrada la persona idónea para desempeñar tan significativo puesto? Para Pedro V el Embustero, parece que sí. Su pasado la convierte en rehén y no opondrá obstáculo alguno a ejecutar cuantas órdenes reciba, sean relativas a los ERE, al procés, al Mayor de los Mossos o a cualquier asunto que se le ponga por delante.

Ahora bien, los fiscales no son como los abogados del Estado; no tienen que hacer lo que se les ordene. Confiemos en su dignidad a título individual.

Aborrezco todos los «ismos»: comunismo, socialismo, absolutismo, nacionalismo, fascismo…, todos son totalitarismos.  



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