Ya sé que lo que voy a decir a continuación no le importa a nadie, y es natural. Por eso pido disculpas por anticipado. Pero a veces hay que decirlo, sobre todo para evitar malos entendidos después de leer el titular de este comentario. Y peor aún. También sé que cuando diga que este comentario me lo ha sugerido ver a todo el Gobierno en pleno jurando o prometiendo sus cargos ante el Rey, poniendo su mano sobre un libro, depositado en una mesa, de la que han desaparecido el Crucifijo y la Biblia, alguno me tachará de cualquier cosa menos de bonito. Pero no se precipiten.
Puedo parecer muy pesado si digo que yo me considero un ciudadano de izquierda. Militante del PSOE con carnet desde 1977. Que siempre estuve comprometido con quienes luchaban por acabar con la dictadura y que en mi juventud tuve que dar muchas carreras delante de “los grises” por la plaza de Cataluña de Barcelona al tiempo que gritaba “llibertat, amnistía, estatut de autonomía”. Pero ni entonces me molestaba, ni ahora me molesta la imagen de un crucifijo.
Puedo entender, aunque no compartir, el afán de una parte de la ciudadanía en querer que desaparezca de la vida pública cualquier símbolo religioso que pudiera identificar a la sociedad en su conjunto con una determinada religión que en este caso sería la religión cristiana. Este afán militante, contrario a cualquier manifestación que pudiera identificar a los poderes públicos con el cristianismo, no es una invención nueva. Ya en el siglo VIII, durante el imperio bizantino, existió una corriente iconoclasta impulsada por el emperador León III. Fueron unos años de gran violencia contra quienes rendían culto a las imágenes. Tanta que el emperador mando una gran flota para castigar a los italianos cristianos que se negaban a destruir sus símbolos religiosos. Pero el viento jugó a favor del pueblo y una gran tormenta destruyó el armamento del emperador iconoclasta, con lo que la provincia de Rávena se separó del Imperio a causa precisamente de esta persecución religiosa. Finalmente, en el concilio ecuménico de Nicea, se levantó esta prohibición.
Crucifijo, Biblia, Constitución
La Cruz es el principal signo de la cultura española y la devoción popular por este signo se remonta al siglo IV cuando se descubrió, a causa de unas excavaciones ordenadas por la Emperatriz Santa Elena en el Monte Calvario, la verdadera cruz en la que fue clavado Jesucristo. Desde entonces la Cruz ha estado presente, generación tras generación, tanto en la vida tanto pública como privada de los españoles.
La Biblia es el libro sagrado para los cristianos de todo el mundo cuya cifra asciende a unos 2.500 millones de seres humanos. Es el texto más revolucionario de la historia porque ha conformado la implantación en la humanidad de unos principios de convivencia inexistentes en la civilización que le precedía. Ha sido traducida a más de 2.300 idiomas.
La Constitución Española es ―o debería ser― el libro más importante para los ciudadanos de nuestro país. Con todos sus defectos y limitaciones se trata del texto fundamental que ha obtenido mayor consenso a lo largo de la historia. Sus normas, sin duda alguna susceptibles de ser modificadas, han proporcionado a este invertebrado país el mayor y más prolongado periodo de paz y bienestar de nuestra historia.
Pero, Crucifijo y Biblia, ¿sí o no?
El Crucifijo y la Biblia aparecen en la escena de juramento del cargo de todos los presidentes de gobierno de España desde que se implantó en nuestro país la democracia. Están a disposición de todos los internautas las fotografías de Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis R. Zapatero. Impresiona la fotografía de Adolfo Suarez arrodillado ante un crucifijo de grandes proporciones. Los demás juran o prometen el cargo de pie ante crucifijos de más modestas dimensiones. Hasta que llegó Pedro Sánchez quien ordenó que se quitaran los símbolos religiosos y en su lugar fuera colocado tan solo un ejemplar de la Constitución.
¿Por qué? Porque España es un país aconfesional que no es lo mismo que ser un Estado laico. Efectivamente, los cargos se pueden “jurar” o “prometer” y quienes opten por la primera fórmula pueden legítimamente hacerlo ante los símbolos religiosos. De la misma forma que quienes opten por “prometer” pueden hacerlo prescindiendo de cualquier símbolo que suponga una vinculación religiosa. Este es un derecho que consagra el artículo 16 de la Constitución.
De la Biblia se puede prescindir
Esta es mi opinión personal. A nadie se debe obligar a realizar un acto de tanta trascendencia poniendo su mano derecha sobre un texto que contiene para los cristianos la Palabra de Dios. Al fin y al cabo jurar es poner a Dios por testigo de que lo que decimos es verdad. Y lo hacemos solemnemente, ante la nación española. Mientras que prometer no exige la apelación a Dios.
Para los cargos públicos representativos, en todos los niveles, el artículo 108 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General dispone que: "En el momento de tomar posesión y para adquirir la plena condición de sus cargos, los candidatos electos deben jurar o prometer acatamiento de la Constitución, así como cumplimentar los demás requisitos establecidos en las leyes o reglamentos respectivos".
Poner la mano derecha sobre la Constitución española me parece un gran acierto que debe complacer a todos los españoles al margen de cuales sean sus convicciones religiosas que siempre estarán garantizadas por la Carta Magna.
El Crucifijo podría mantenerse
El Crucifijo, ciertamente, es un símbolo religioso. Pero, además, su imagen encarna la expresión más inequívoca de la cultura europea y española. En nuestro país el cristianismo tiene dos mil años de historia que se inician con la evangelización del apóstol Santiago ya en el sigo I de nuestra era. Cuando el imperio romano cae definitivamente, el cristianismo es declarado religión oficial y desde entonces, tras superar una políticamente convulsa Edad Media y tras vivir bajo el imperio de la Cruz la Reconquista contra el Islam, el cristianismo alcanza su mayor reconocimiento cuando Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla se convierten en los Reyes Católicos. A partir de ahí toda la historia de España, con sus épocas trágicas de alzamientos, guerras civiles y enfrentamientos entre hermanos hay que contemplarla a la sobra de la Cruz que nunca fue de unos o de otros, sino que fue de todos.
Por eso digo que dejar sobre la mesa el Crucifijo junto a la Constitución no debería ser objeto de gran controversia, aunque, como es natural, reconozco que quienes se oponen a ello pueden tener sus razones que en democracia deben ser oídas y atendidas.
Una especial y clarificadora anécdota
María Elisa Maseda, más conocida como “Elisa Lamas” por sus publicaciones y artículos publicados en La Vanguardia y en la revista “El Ciervo”, logró fama de ser una mujer valiente, comprometida con la justicia y las libertades al extremo de que en pleno franquismo se la conocía como “Elisa La Roja”, lo que no le impedía ser una mujer de muy arraigados principios religiosos. Yo llegué a conocerla muy bien porque el destino quiso que me casara con Paloma, su hija mayor.
El Tribunal de Orden Público, también conocido como TOP, tenía como misión la represión de las conductas que la dictadura consideraba delitos políticos. Su sede era el Palacio de las Salesas en Madrid. Lo que voy a escribir a continuación yo lo sabía antes de que el periodista Enric Sopena lo publicara. Pero prefiero que sea él, con sus propias palabras, quien refiera los hechos.
Precisamente en el TOP, Carlos, cuñado de Elisa, “cura obrero” en Vallecas, compareció ante la justicia injusta de ese Tribunal, acusado de dar cobijo en su iglesia a unos sindicalistas ilegales. Le acompañaron Manuel y Elisa en el juicio, la cual espetó al presidente del Tribunal estas palabras: “Ustedes pueden condenar a mi cuñado o absolverlo. Espero la sentencia. Pero lo que no aguanto ni un minuto más es quedarme parada ante esta mesa presidida por un crucifijo. Soy cristiana y no tolero que un crucifijo se utilice en este tipo de juicios. ¡Así que me lo llevo!” Y se lo llevó.”
¡Viva María Elisa! Comprenderán ahora por qué desde la izquierda democrática, valiente y decidida en la defensa de las libertades y los derechos humanos, desde la izquierda dialogante y nada dogmática que tanto contribuyó a hacer posible la Transición, podamos decir: “Pues mire usted, a mí no me molesta el Crucifijo”.
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista