El continente europeo no es una agrupación de naciones en su conjunto, sino una idea en sí misma, donde cada recuerdo, al decir de Novalis, es el presente, pero uno, por su propia cuenta, añade capas de tradiciones, reales unas, creadas otras, o colocadas, a modo de una venta de paños, regentada por un resignado sefardí español.
La Unión Europea, mal que bien, hoy transita al paso de “La marcha Radetzky” de Johann Strauss (padre), composición que Joseph Roth, nacido el mismo año de la muerte del maestro, convirtió en un relato basado en la impávida Austria imperial, y cuya obra musical es cada primer día de enero el punto final del concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena.
El añejo continente de las civilizaciones greco-latinas a pesar de los avatares, sigue conservando aspectos memorables de su pasado luminoso. No todo es polvo ni piedra calcárea, hay luz, ideas imperecederas, pensamientos positivistas trascendentales y una raza de hombres y mujeres con valores consistentes basados en la libertad y el humanismo.
Europa no es una agrupación de nacionalidades, sino una idea en sí misma, donde cada recuerdo, al decir del filosofo alemán Novalis, es el presente, pero uno, por su propia cuenta, añade capas de tradiciones, reales unas, creadas otras, o colocadas, a modo de una venta de paños regentada por un tolerante sefardí, al deleite del parroquiano de turno.
Relata Riemen, el organizador de las conferencias de Nexos Institute, cómo en 1934 Thomas Mann escribió una necrológica para un hombre con un legado primordial en su vida, de nombre Sammi Fischer, editor húngaro-judío de Berlín, la persona que, en gran medida, “había hecho posible que él llegase a ser escritor”.
Mann recordaba la conversación disfrutada por última vez con el anciano amigo. El librero expresó su opinión sobre un conocido común:
- No es europeo, dijo meneando la cabeza.
- ¿No es europeo, señor Fischer? ¿Y por qué no?
- No comprende nada de las grandes ideas humanas.
Y Riemen comenta: “Las grandes ideas humanas, eso es la cultura europea”. Lo que Mann había aprendido de Goethe, y éste de Ulrico von Hutten, cuando un día puntual, el 25 de octubre de 1518, escribió una carta a un colega en la cual le explicaba que no obstante, siendo de noble cuna, no deseaba ser un aristócrata sin habérselo ganado.
“La nobleza por nacimiento es accidental y, por tanto, carece de sentido para mí. Yo busco el manantial de la nobleza en otro lugar y bebo de esas fuentes”, expresaba.
Años después esas ideas son para Steiner un café colmado de gente y palabras, donde se escribe novela, poesía, filosofía, se habla de lo divino y humano, mientras se conspira sin separarse de las empresas culturales, artísticas y políticas, aunque, en algunos cataduras, hoy venidas a menos.