Caracas, la ciudad hendida

La perdurable  frase  percibida durante estos días: “Un año que se nos va, ¡cuántos se han ido!”,  se acrecienta en la voz del trovador esperanzado: “…y otro vendrá  más sosegado y afectivo”.

Es dubitativo el peregrinaje entre   melancolía y esplendor el que estamos consumando  en el  espacio final del año. Las jornadas frescas en esta zona del mar Mediterráneo en que escribimos nuestras líneas, han dado paso a cielos grisáceos, y aún así marcadas con una suave irisación de luz.

Y aún así, a sabiendas  que recordar es vivir en cierta manera de nuevo, lo hacemos ahora sobre la pantalla blanca del ordenador, ya que la riestra  de papel   la hemos  ido marginando.

Los  caminos, piélagos  y ciudades de  un lugar a otro, representan el sortilegio de las bellezas observadas, esas que han emocionado  el ánimo y clareado la mirada. Cierta es la frase perdurable: hacemos camino al andar. Y ha sido en nosotros  ese acaecimiento una acción linajuda: el haber podido ser andariegos durante más de media existencia.

Hemos  cruzado el  Océano Atlántico en avión - ida y vuelta entre Venezuela y Europa – en infinidad de ocasiones.  Y en esa confluencia increíble  pudimos darnos cuenta de que todo  lo que circunda  la vida humana a partir del vientre materno,  es agua,  y cuando la ternura amorosa se rompe en pedazos,  la  envolvemos en lágrimas  con sabor a salitre.

Estos días decembrinos,  siendo ya nuestra persona inactiva de profesión y oficio, la única y emotiva tarea es releer, escribir algunas cuartillas, y salir a la caída de la tarde al barrio antiguo de  ciudad levantina a saborear dos tazas de té verde con hierbabuena, cuyas  hojas se  llevan las penas malas y devuelven las buenas. Lo señala la copla:

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena.

Con ese sabor a menta  y remembranzas adormiladas sobre las comisuras del aliento, matizamos sobre este diciembre la ciudad recordada, Caracas,   ahora dubitativa y angustiada.

La  urbe que en nosotros va y ahí permanece en la remembranza, ha dejado de ser la “Sultana del Ávila” a recuento del desbarajuste político que en ella reside tras el paso  de la marabunta chavista,  la misma que llenó de esperanzas crecientes a un pueblo, y hoy es el secano vejatorio de un desmoronamiento catastrófico.  Hubo país caribeño de grandezas hoy vuelto  un sequeral  hendido y  con pocas o nulas esperanzas  de que pueda salir de ese barrizal sin luchas fraticidas.

 Los terruños no se hunden: lo consiguen - eso sí, alevosamente-  los endiosados  políticos que cada cierto tiempo se creen  sobre aquellas heredades de gracia, la encarnación  de Simón Bolívar y, además, creen estar inventando el arte de gobernar  sin haber  conocido nunca los conceptos  de su etimología,  que ya los griegos nos ofrecieron desde los tiempos de Aristóteles.  

En estos últimos días del año se extiende sobre aquella nación un diciembre acurrucado. Será, si no llega a negro, gris y,  cuando este tiempo pase a las páginas de la  historia, se percibirá el profundo entorno de una crisis política y económica de proporciones hercúleas.

Cada escribidor – y uno lo pretende ser  desde la nostalgia de un destierro involuntario –  es un narrador de historias lanzadas cual hojuelas empapadas de ausencia, intentando sobre ellas ser un poco el cronista de su propio tiempo.

Si acontece, la tarea asumirá un templado estremecimiento.

 


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