A esta altura de la larga historia reciente y sus escándalos impulsivos, se saber que la batahola del Me Too – “Yo También” - es una tendencia que ha cambiado la manera que envolvía las relaciones carnales no consentidas plenamente.
Dicha reacción, que ha llegado a escala planetaria, comenzó en Estados Unidos entre las bambalinas del cinematógrafo en Hollywood y sus entramados de cartón, piedras y lujurias, acoplamientos que tanto han significado, y lo siguen haciendo, para envolver nuestras percepciones en fantasías y anhelos que han sido asombrosos en muchos momentos del vivir.
Tras los escándalos de perversidades eróticas de productores, directores y personajes portentosos del mundo económico estadounidense que después ha ido abriendo ramajes en diversos sectores, viene aquella frase de la actriz germana Marlene Dietrich que descubría, a la inmensa mayoría de almas que no pastaban en ese industria, una imagen real del país: “El sexo en Estados Unidos es una obsesión. En otras partes del mundo, un hecho”.
En la literatura de todos los tiempos - incluidos los textos religiosos de cada uno de los cultos existentes - la sensualidad, la complacencia hacia el placer del deseo aferrado a la imaginación, amontonan infinidad de páginas. Ya lo indicó el clásico: “Polvo serás, más polvo enamorado”.
A esta altura del artículo de hoy, el escándalo del Me Too va siendo encauzado por dictámenes de diversas naturalezas que hacen ver esa actitud en un contexto más generalizado.
En Francia, país en el que el placer voluptuoso en cada una de sus vertientes ha tomado categoría de valor literario, hace unos meses, una conocida escritora y critica de arte, Catherine Mollet, publicó un libro, “La vida sexual de Catherine M”, que a los pocos días se convirtió en un superventas, mientras encabezaba un movimiento totalmente opuesto al Me Too y sus presuntos aquelarres.
En su favor se unieron, encabezadas por la actriz Catherine Deneuve, figuras de la cultura denunciando abiertamente que el “puritanismo” que se estaba creando, favorecía el regreso de la deplorable “moral victoriana”.
En Ámsterdam se halla el “Museo del Sexo”. Allí no hay morbosidad, sino la historia del erotismo a lo largo de los tiempos, y es que la ciudad plateada de Rembrandt, de la misma forma que descubrió la embestida del mar del Norte y las rutas de las especies, posee un “Venustempel” o Templo a Venus abierto las 24 horas del día.
Cada ciclo de vida humana posee su propio atributo surgido del amor carnal, inseparable de la esencia espiritual o pagana de su tiempo.
Y en esa actitud nos hallamos ahora. No podemos ni debemos abochornarnos de aquello que la Eternidad celeste no se ha avergonzado en crear. Ya que solamente hablando impávidamente sobre las actitudes de las acciones morales, las tenebrosidades de las percepciones desaparecen cual rocío mañanero.