El derrumbe del muro de Berlín tuvo un punto crucial: el 9 de noviembre de 1989. Sucedió a las 11 y 15 minutos de la noche. En ese momento, centenares de personas acuden a los pasos fronterizos soviéticos, y en tropel, igual a una migración de aves en busca del calor del sur, miles de hombres, mujeres y niños, avanzan desde la parte oriental hacia la occidental y abren la frontera tan herméticamente cerrada.
Hoy, treinta años atrás, el murallón era una larga hilera de aislamiento, terror, y se debía contemplar de lejos a modo algo punzante y vedado.
A uno de sus lados la sede del Parlamento del Reich, destruido en los bombarderos rusos y su imparable Ejército, que una vez penetró en la ciudad en 1945, levantó sobre él la bandera roja con la hoz y el martillo como demostración humillante sobre la ciudad que vio nacer a Marlene Dietrich, Willy Brandt, Bertolt Brecht y Leni Riefenstahl, la directora de cine más admirada por Adolf Hitler.
Contigua se alza la columnata de La Victoria, “Goldelse” la llaman los berlineses, con una dulcificada anécdota. Su escultor, Friedrich Drake, hizo posar desnuda a su casta hija Margarete para colocarla como figura matizada de oro a una altura de 70 metros.
Allí, en días específicos, desde la Puerta de Brandeburgo, grupos de jovencitas siguiendo el ejemplo de Margarete, van dejando sus pechos al aire para que los árboles del cercano Parque Zoológico se tambaleen en remolinos de ternura. Recuerdo haber visto, la primera vez que presencié el sensual festival, senos dulcificados como limones, ciruelas, melones, sandías, aceitunas, y todos ellos envueltos en suspiros de regocijo.
Y algo inolvidable en aquel Berlín de la parte Occidental que aún se recuerda con encendida efusión: las palabras pronunciadas por el presidente John Fitzgerald Kennedy un día de junio de 1963.
Allí, frente al ayuntamiento de Schöndeberg y en presencia de 400.000 personas, pronunció su frase perdurable colmada de esperanza en aquellos tiempo difíciles de la guerra fría: “Ich bin ein berliner” (yo también soy berlinés).
Lo demás es historia que fue cambiando hasta llegar a la Unión Europea de ahora que, aún con sus dificultades, asume su base en una fecha fija: el 9 de mayo de l950. El ese día, el ministro francés Obert Schuman planteó a Alemania “poner el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y acero bajo una alta autoridad común”.
Tras ese paso, se comenzó a instituir el Tratado de Roma para crear la Europa de actual que no debería olvidar lo que representó la caída del muro de Berlín.