El proceso de gestación de la sentencia del procés se asemeja mucho al procedimiento de elaboración de nuestra Constitución. En esta, germen de los problemas que estamos padeciendo en la actualidad, se sacrificó la razón por el consenso; en aquella, caldo de cultivo de los problemas que se nos avecinan, la justicia por la unanimidad.
Los denominados «padres de la Constitución», alabados y homenajeados cada 6 de diciembre, son los auténticos culpables del caos institucional, educativo. cultural y social que nos aqueja. Recuperaron los derechos históricos y diseñaron un sistema de distribución de competencias que es una auténtica sinrazón. ¿Cómo es posible que personas responsables y sensatas hayan podido pensar que crear diecisiete sistemas educativos, sanitarios y culturales no nos conduciría a la ruptura de España?
¿Es la Constitución española o es la Constitución para vascos y catalanes?
En fin, la historia está pasando factura.
Algo similar ocurre con la sentencia en cuestión. Marchena, a quien le tenía en gran estima personal y profesional, me ha decepcionado profundamente.
He leído la sentencia y no acierto a entenderla. Los pasajes de violencia que todos hemos visto en la televisión, y que la propia sentencia refleja, son convertidos por Marchena en un cuento para niños, en un relato literario.
Pero lo peor no es convertir la rebelión en sedición; lo verdaderamente preocupante es no haber aceptado la petición de los fiscales de fijar como premisa el cumplimiento de la mitad de la pena para poder obtener los beneficios penitenciarios. Y claro que había argumentos legales para ello.
Resulta que ahora quien tiene las llaves de la cárcel, Joaquín Torra, es uno de los principales instigadores de la rebelión. Ver para creer.
El verdadero meollo de la sentencia era impedir que fuera la administración penitenciaria catalana la que decidiera sobre los segundos y terceros grados. A lo sumo, en enero veremos libres a los condenados. Tremendo ejemplo para la ciudadanía. Pero dejemos nuestra memoria de pez a un lado y recordemos que fue Sánchez el que dio su visto bueno al traslado de los presos a las cárceles catalanas, donde llevan una vida de lujo a costa de los contribuyentes. Un agravio más.
Marchena se equivocó al buscar a toda costa la unanimidad. Los votos particulares sirven para retratar a los jueces buenos y a los malos, a los liberales (de los que Dios nos libre, así sepan más leyes que Papiniano) y a los conservadores; en definitiva, a los jueces que defienden la democracia y a los que la ponen a subasta.
Los delincuentes –así se les puede llamar ya– amenazan con volver a delinquir y, aun así, se les aplicarán los beneficios penitenciarios. ¡Qué locura!
El problema catalán tiene mala solución con estos jueces. La juventud está inoculada con el virus del odio, de la mentira, y contra esa enfermedad solo se puede luchar haciendo recaer sobre los instigadores de la violencia todo el peso de la ley y de la justicia. Sentencias como la que nos ocupa no cumplen la función de servir de escarmiento para futuras acciones; todo lo contrario.
La sentencia, además, tiene una función política en la medida en que sirve para presentar como vencedor a Sánchez y a la Abogacía del Estado, turbiamente manipulada por el Gobierno.
Marchena y el resto del tribunal no dictaron una sentencia acorde con la gravedad de los hechos, que supusieron un atentado claro y directo contra la Constitución, sino pensando en sí mismos, en su crédito personal ante Europa.
Mientras Cataluña se quema, el Gobierno, ausente.
Hay que pasarle factura en las elecciones. Quimera, engaño, artificio, ensoñación… Al menos, haciendo un «Sánchez», podemos seguir diciendo «La república no existe, idiota(s)».